Saturday, June 28, 2014

CÉSAR CANTONI




ELEGÍAS DEL RÍO COLOR DE LEÓN


    Primogénita ilustre del Plata,
    En solar apertura hacia el Este,
    Donde atado a tu cinta celeste
    Va el gran río color de león.
        Leopoldo Lugones, A Buenos Aires


1. Bajo un cielo brillante

Bajo un cielo brillante, se demora el río.
La marea empuja la resaca hasta la orilla,
donde la arena, negra de petróleo,
huele a petróleo y peces muertos.
Es un día de calor, sitiado por las moscas.
Muchachos con el torso tatuado y chicas en bikini
toman baños de sol en islotes mugrientos.


2. Vienen de zonas aledañas

Vienen de zonas aledañas y acampan junto al río.
Traen bolsos con vituallas, una radio, una sombrilla.
Tendidos en la arena, se divierten bromeando,
mientras leen revistas ajadas o juegan a los naipes.
El aire es pesado como de costumbre 
y el agua parece bullir en charcas y arroyuelos.
Cuando el sol de la tarde todavía está alto,
ellas preparan los sandwiches, ellos destapan la cerveza.
Luego comen, beben, se emborrachan.
Uno enciende la radio, pone música;
todos bailan a un tiempo, bañados en sudor.


3. Un perro atraviesa la playa

Atardece. Un perro atraviesa la playa solitaria.
En la orilla, el agua refleja la tristeza de los sauces.
Pescadores que entraron a caballo en el río
vuelven ahora con las redes cargadas: sábalos y dorados.
Desvanecido sobre los techos indigentes,
el sol es un ojo de pez que interroga a Dios. 


4. Apenas la antorcha de la luna

La noche es profunda y oscura río adentro.
Apenas la antorcha de la luna alumbra la corriente.
Extraviada, entre forros usados y detritos,
una canoa golpea contra la escollera.


5. Con indómita furia

Muchas veces, el río es un monstruo temible,
un Leviatán que arrolla y destruye lo que encuentra:
rampas, diques de piedra, muelles enmohecidos...
Con indómita furia, arranca de cuajo postes y carteles,
anega las calles, inunda las casas de los lugareños,
se lleva animales, colchones, zapatillas,
los sueños de todos, la esperanza... 
Finalmente, regresa sin apremio a su cauce,    
convertido en doméstica criatura.
Sólo entonces devuelve a los ahogados.


6. En los días luminosos

Desde aquí, en los días luminosos,
se puede ver Colonia, me decía mi madre.
Algunos cuentan que la vieron. O creen que la vieron,
a fuerza de repetir la misma historia imaginaria.
Colonia: una ciudad al alcance de los sueños
para la gente humilde de esta orilla
que trafica con puertos de ficción.


7. Yo zambullí mi infancia

Yo zambullí mi infancia en este río.
En este río, amé a una mujer más grande que el deseo.
¿Será por eso que mi voz es turbia
como las aguas que ahora conjuran la memoria?


    Playas de Punta Lara, diciembre de 2010

************


PASOLINI EN NUEVA YORK


1

En la foto, usted aparece en primer plano
paseando por una calle neoyorquina. A su espalda,
la ciudad se yergue altiva y desafiante.
Sujeto a una columna de alumbrado,
luce un cartel que advierte: "No right turn".
Un auto, del que sólo se ve la trompa,
se apresta a cruzar la bocacalle.
La gente camina ligeramente abstraída
y pocos parecen reparar en torno.
Sin duda, es el atardecer de un día nublado y frío.
EI viento agita con fuerza su impermeable abierto
y usted mira a la lente como inquiriendo algo.


2

Corren los años 60 en la foto y en el mundo.
Hay un insoslayable magnetismo de época
—¿Por qué renegar de la nostalgia?— en esa calle
atestada de comercios que atiza la memoria.
Entonces, yo era joven y bello. (Recuerdo que molestaba
a las muchachas.) Iba a la escuela católica
y rezaba al dios de los estigmas.
La muerte, tan lejana, no podía tocarme,
y todos mis amigos, maliciosos e ignaros,
se sentían igualmente inmortales.
Entonces, era lícito soñar.
Y usted soñaba cambiar algunas cosas.


3

Vuelvo a mirar ahora la borrosa foto,
publicada hace tiempo en una revista de poesía,
y, momentáneamente, me pongo en su piel ante la
   cámara.
Por esas horas, el mundo ofrece la imagen
de un gallinero alborotado; algo, que desconcierta
a los incautos, quiere nacer de un huevo.
La historia, pues, amaga girar sobre sí misma
y usted es un bárbaro en la Gran Manzana,
un alma primitiva y soledosa; tiene el brillo
del sol septentrional en las pupilas
y habla el dialecto de los ríos friulanos.
Aunque ha madurado hasta el dolor,
guarda, en el fondo, la pureza y el ardor de un niño,
un niño que ha elegido ser libre y, a menudo,
da cuenta de su profunda rebeldía.


4

EI día declina y Nueva York se aferra aún
a su ajetreo diurno. Casi excluido de la foto,
un cielo bajo semeja apoyarse sobre las terrazas.
Seguramente, usted ya ha descubierto la ciudad:
ha viajado en el Metro y en autos de alquiler,
ha entrado en bares y en grandes restaurantes,
ha recorrido shoppings y supermercados,
ha comprado en negocios del Soho
y en las tiendas de la calle Lexington,
ha visitado museos y galerías de arte,
ha dormido en hoteles lujosos
y se ha contemplado en sus espejos,
ha estado en Broadway y en el World Trade Center,
pero no se ha dejado sobornar, entonces,
por ninguna promesa consumista,
ningún fulgor nacido de las bondades del mercado.


5

Miro una vez más la foto con detenimiento.
Luego alzo los ojos y me quedo inmóvil,
acodado sobre el vidrio de mi escritorio.
Un tiempo irrepetible ha muerto.
Incluso, para sorpresa de los espectadores,
usted abandonó la escena prematuramente,
apaleado por un pillo en un balneario de Ostia,
cuando aún era posible tener una certeza.
EI viejo mundo, por si falta decirlo, no ha cedido.
Sus cimientos probaron que pueden soportar, airosos,
el peso de los sueños. Como antes, todo está por hacerse.
La primavera estalla ahora en mi ventana,
los geranios prorrumpen tiemamente en flor
y las parvas gallinas vuelven a empollar sus huevos:
signo de una fe rediviva que enseña la perseverancia.


Thursday, June 26, 2014

ΠΩΛ ΕΛΥΑΡ




PAUL ELUARD


LE TRAVAIL DY PEINTRE

          A Picasso

I

Entoure ce citron de blanc d'œuf informe
Enrobe ce blanc d'œuf d'un azur souple et fin
La ligne droite et noire a beau venir de toi
L'aube est derrière ton tableau

Et des murs innombrables croulent
Derrière ton tableau et toi l'oeil fixe
Comme un aveugle comme un fou
Tu dresses une haute épée vers le vide

Une main pourquoi pas une seconde main
Et pourquoi pas la bouche nue comme une plume
Pourquoi pas un sourire et pourquoi pas des larmes
Tout au bord de la toile où jouent les petits clous

Voici le jour d'autrui laisse aux ombres leur chance
Et d'un seul mouvement des paupières renonce


II

Tu dressais une haute épée
Comme un drapeau au vent contraire
Tu dressais ton regard contre l'ombre et le vent
Des ténèbres confondantes

Tu n'as pas voulu partager
II n'y a rien à attendre de rien
La pierre ne tombera pas sur toi
Ni l'éloge complaisant

Dur contempteur avance en renonçant
Le plaisir naît au sein de ton refus
L'art pourrait être une grimace
Tu le réduis à n'être qu'une porte

Ouverte par laquelle entre la vie


III

Et l'image conventionnelle du raisin
Posé sur le tapis l'image
Conventionnelle de l'épée

Dressée vers le vide point d'exclamation
Point de stupeur et d'hébétude
Qui donc pourra me la reprocher

Qui donc pourra te reprocher la pose
Immémoriale de tout homme en proie à l'ombre
Les autres sont de l'ombre mais les autres portent
Un fardeau aussi lourd que le tien
Tu es une des branches de l'étoile d'ombre
Qui détermine la lumière

Ils ne nous font pas rire ceux qui parlent d'ombre
Dans les souterrains de la mort
Ceux qui croient au désastre et qui charment leur mort

De mille et une vanités sans une épine
Nous nous portons notre sac de charbon
A l'incendie qui nous confond


IV

Tout commence par des images
Disaient les fous frères de rien
Moi je relie par des images
Toutes les aubes au grand jour

J'ai la meilleure conscience
De nos désirs Sa sont gentils

Doux et violents comme des faux
Dans l'herbe tendre et rougissante

Aujourd'hui nous voulons manger
Ensemble ou bien jouer et rire
Aujourd'hui je voudrais aller
En U. R. S. S. ou bien me reposer

Avec mon cœur à l'épousée
Avec le pouvoir de bien faire
Et l'espoir fort comme une gerbe
De mains liées sur un baiser


V

Picasso mon ami dément
Mon ami sage hors frontières
II n'y a rien sur notre terre
Qui ne soit plus pur que ton nom

J'aime à le dire j'aime à dire
Que tous tes gestes sont signés
Car à partir de là les hommes
Sont justifiés à leur grandeur

Et leur grandeur est différente
Et leur grandeur est tout égale
Elle se tient sur le pavé
Elle se dent sur leurs désirs


VI

Toujours c'est une affaire d'algues
De chevelures de terrains
Une affaire d'amis sincères
Avec des fièvres de fruits mûrs

De morts anciennes de fleurs jeunes
Dans des bouquets incorruptibles
Et la vie donne tout son cœur
Et la mort donne son secret

Une affaire d'amis sincères
A travers les âges parents
La création quotidienne
Dans le bonjour indifférent


VII

Rideau il n'y a pas de rideau
Mais quelques marches à monter

Quelques marches à construire
Sans fatigue et sans soucis
Le travail deviendra un plaisir
Nous n'en avons jamais douté nous savons bien
Que la souffrance est en surcharge et nous voulons
Des textes neufs des toiles vierges après l'amour

Des yeux comme des enclumes
La vue comme l'horizon
Des mains au seuil de connaître
Comme biscuits dans du vin

Et le seul but d'être premier partout
Jour partagé caresse sans degré
Cher camarade à toi d'être premier
Dernier au monde en un monde premier

Friday, June 6, 2014

JOHANN WOLFGANG VON GOETHE: RÖMISCHE ELEGIEN




JOHANN WOLFGANG VON GOETHE (1749-1932)


RÖMISCHE ELEGIEN


    Wie wir einst so glücklich waren,
    Müssens jetzt durch euch erfahren.

I.

Saget, Steine, mir an, o sprecht, ihr hohen Paläste!
   Straßen, redet ein Wort! Genius, regst du dich nicht?
Ja, es ist alles beseelt in deinen heiligen Mauern,
   Ewige Roma; nur mir schweiget noch alles so still.
O wer flüstert mir zu, an welchem Fenster erblick ich
   Einst das holde Geschöpf, das mich versengt und erquickt?
Ahn’ ich die Wege noch nicht, durch die ich immer und immer,
   Zu ihr und von ihr zu gehn, opfre die köstliche Zeit?
Noch betracht’ ich Kirch’ und Palast, Ruinen und Säulen,
   Wie ein bedächtiger Mann schicklich die Reise benutzt.
Doch bald ist es vorbei; dann wird ein einziger Tempel,
   Amors Tempel nur sein, der den Geweihten empfängt.
Eine Welt zwar bist du, o Rom; doch ohne die Liebe
   Wäre die Welt nicht die Welt, wäre denn Rom auch nicht Rom.


 II.

Ehret, wen ihr auch wollt! Nun bin ich endlich geborgen!
   Schöne Damen und ihr, Herren der feineren Welt;
Fraget nach Oheim und Vettern und alten Muhmen und Tanten;
   Und dem gebundnen Gespräch folge das traurige Spiel.
Auch ihr übrigen fahret mir wohl, in großen und kleinen
   Zirkeln, die ihr mich oft nah der Verzweiflung gebracht,
Wiederholet, politisch und zwecklos, jegliche Meinung,
   Die den Wandrer mit Wut über Europa verfolgt.
So verfolgte das Liedchen Malbrough den reisenden Briten
   Einst von Paris nach Livorn, dann von Livorno nach Rom,
Weiter nach Napel hinunter; und wär’ er nach Smyrna gesegelt,
   Malbrough! empfing ihn auch dort, Malbrough! im Hafen das Lied.
Und so mußt’ ich bis jetzt auf allen Tritten und Schritten
   Schelten hören das Volk, schelten der Könige Rat.
Nun entdeckt ihr mich nicht sobald in meinem Asyle,
   Das mir Amor der Fürst, königlich schützend, verlieh.
Hier bedecket er mich mit seinem Fittich; die Liebste
   Fürchtet, römisch gesinnt, wütende Gallier nicht;
Sie erkundigt sich nie nach neuer Märe, sie spähet
   Sorglich den Wünschen des Manns, dem sie sich eignete, nach.
Sie ergötzt sich an ihm, dem freien, rüstigen Fremden,
   Der von Bergen und Schnee, hölzernen Häusern erzählt;
Teilt die Flammen, die sie in seinem Busen entzündet,
   Freut sich, daß er das Gold nicht wie der Römer bedenkt.
Besser ist ihr Tisch nun bestellt; es fehlet an Kleidern,
   Fehlet am Wagen ihr nicht, der nach der Oper sie bringt.
Mutter und Tochter erfreun sich ihres nordischen Gastes,
   Und der Barbare beherrscht römischen Busen und Leib.


 III.

Laß dich, Geliebte, nicht reun, daß du mir so schnell dich ergeben!
   Glaub’ es, ich denke nicht frech, denke nicht niedrig von dir.
Vielfach wirken die Pfeile des Amor: einige ritzen,
   Und vom schleichenden Gift kranket auf Jahre das Herz.
Aber mächtig befiedert, mit frisch geschliffener Schärfe
   Dringen die andern ins Mark, zünden behende das Blut.
In der heroischen Zeit, da Götter und Göttinnen liebten,
   Folgte Begierde dem Blick, folgte Genuß der Begier.
Glaubst du, es habe sich lange die Göttin der Liebe besonnen,
   Als im Idäischen Hain einst ihr Anchises gefiel?
Hätte Luna gesäumt, den schönen Schläfer zu küssen,
   O, so hätt’ ihn geschwind, neidend, Aurora geweckt.
Hero erblickte Leandern am lauten Fest, und behende
    Stürzte der Liebende sich heiß in die nächtliche Flut.
Rhea Silvia wandelt, die fürstliche Jungfrau, der Tiber
   Wasser zu schöpfen, hinab, und sie ergreifet der Gott.
So erzeugte sich Mars zwei Söhne! – die Zwillinge tränket
   Eine Wölfin, und Rom nennt sich die Fürstin der Welt.


 IV.

Fromm sind wir Liebende, still verehren wir alle Dämonen,
   Wünschen uns jeglichen Gott, jegliche Göttin geneigt.
Und so gleichen wir euch, o römische Sieger! Den Göttern
   Aller Völker der Welt bietet ihr Wohnungen an,
Habe sie schwarz und streng aus altem Basalt der Ägypter,
   Oder ein Grieche sie weiß, reizend, aus Marmor geformt.
Doch verdrießet es nicht die Ewigen, wenn wir besonders
   Weihrauch köstlicher Art Einer der Göttlichen streun.
Ja, wir bekennen euch gern: es bleiben unsre Gebete,
   Unser täglicher Dienst Einer besonders geweiht.
Schalkhaft, munter und ernst begehen wir heimliche Feste,
   Und das Schweigen geziemt allen Geweihten genau.
Eh’ an die Ferse lockten wir selbst durch gräßliche Taten,
   Uns die Erinnyen her, wagten es eher, des Zeus
Hartes Gericht am rollenden Rad und am Felsen zu dulden,
   Als dem reizenden Dienst unser Gemüt zu entziehn.
Diese Göttin, sie heißt Gelegenheit! lernet sie kennen!
   Sie erscheinet euch oft, immer in andrer Gestalt.
Tochter des Proteus möchte sie sein, mit Thetis gezeuget,
   Deren verwandelte List manchen Heroen betrog.
So betrügt nun die Tochter den Unerfahrnen, den Blöden:
   Schlummernde necket sie stets, Wachende fliegt sie vorbei;
Gern ergibt sie sich nur dem raschen, tätigen Manne.
   Dieser findet sie zahm, spielend und zärtlich und hold.
Einst erschien sie auch mir, ein bräunliches Mädchen, die Haare
   Fielen ihr dunkel und reich über die Stirne herab.
Kurze Locken ringelten sich ums zierliche Hälschen,
   Ungeflochtenes Haar krauste vom Scheitel sich auf.
Und ich verkannte sie nicht, ergriff die Eilende, lieblich
   Gab sie Umarmung und Kuß bald mir gelehrig zurück.
O wie war ich beglückt! – Doch stille, die Zeit ist vorüber,
   Und umwunden bin ich, römische Flechten, von euch.


 V.

Froh empfind’ ich mich nun auf klassischem Boden begeistert,
   Vor- und Mitwelt spricht lauter und reizender mir.
Ich befolg’ den Rat, durchblättre die Werke der Alten
   Mit geschäftiger Hand, täglich mit neuem Genuß.
Aber die Nächte hindurch hält Amor mich anders beschäftigt;
   Werd’ ich auch halb nur gelehrt, bin ich doch doppelt beglückt.
Und belehr’ ich mich nicht, wenn ich des lieblichen Busens
   Formen spähe, die Hand leite die Hüften hinab.
Dann versteh’ ich den Marmor erst recht: ich denk’ und vergleiche,
   Sehe mit fühlendem Aug’, fühle mit sehender Hand.
Raubt die Liebste denn gleich mir einige Stunden des Tages;
   Gibt sie Stunden der Nacht mir zur Entschädigung hin.
Wird doch nicht immer geküßt, es wird vernünftig gesprochen,
   Überfällt sie der Schlaf, lieg’ ich und denke mir viel.
Oftmals hab’ ich auch schon in ihren Armen gedichtet
   Und des Hexameters Maß leise mit fingernder Hand,
Ihr auf den Rücken gezählt. Sie atmet in lieblichem Schlummer
   Und es durchglühet ihr Hauch mir bis ins Tiefste die Brust.
Amor schüret die Lamp’ indes und denket der Zeiten,
   Da er den nämlichen Dienst seinen Triumvirn getan.


 VI.

»Kannst du, o Grausamer! mich in solchen Worten betrüben?
   Reden so bitter und hart liebende Männer bei euch?
Wenn das Volk mich verklagt, ich muß es dulden! und bin ich
   Etwa nicht schuldig? Doch ach! Schuldig nur bin ich mit dir!
Diese Kleider, sie sind der neidischen Nachbarin Zeugen;
   Daß die Witwe nicht mehr einsam den Gatten beweint.
Bist du ohne Bedacht nicht oft bei Mondschein gekommen,
   Grau, im dunklen Surtout, hinten gerundet das Haar?
Hast du dir scherzend nicht selbst die geistliche Maske gewählet?
   Soll’s ein Prälate denn sein  -  gut, der Prälate bist du!
In dem geistlichen Rom, kaum scheint es zu glauben, doch schwör ich:
   Nie hat ein Geistlicher sich meiner Umarmung gefreut.
Arm war ich leider! und jung, und wohl bekannt den Verführern,
   Falconieri hat mir oft in die Augen gegafft,
Und ein Kuppler Albanis mich mit gewichtigen Zetteln
   Bald nach Ostia, bald nach den vier Brunnen gelockt.
Aber wer nicht kam, war das Mädchen. So hab ich von Herzen
   Rotstrumpf immer gehaßt und Violettstrumpf dazu.
Denn ,ihr Mädchen bleibt am Ende doch die Betrognen’
   Sagte der Vater, wenn auch leichter die Mutter es nahm.
Und so bin ich denn auch am Ende betrogen! Du zürnest
   Nur zum Scheine mit mir, weil du zu fliehen gedenkst.
Geh! ihr seid der Frauen nicht wert! Wir tragen die Kinder
   Unter dem Herzen, und so tragen die Treue wir auch;
Aber ihr Männer, ihr schüttet, mit eurer Kraft und Begierde
   Auch die Liebe zugleich in den Umarmungen aus!«
Also sprach die Geliebte und nahm den Kleinen vom Stuhle,
   Drückt’ ihn küssend ans Herz, Tränen entquollen dem Blick.
Und wie saß ich beschämt, daß Reden feindlicher Menschen
   Dieses liebliche Bild mir zu beflecken vermocht!
Dunkel brennt das Feuer nur augenblicklich und dampfet,
   Wenn das Wasser die Glut stürzend und jählings verhüllt;
Aber sie reinigt sich schnell, verjagt die trübenden Dämpfe,
   Neuer und mächtiger dringt leuchtende Flamme hinauf.


 VII.

O wie fühl’ ich in Rom mich so froh! Gedenk’ ich der Zeiten,
   Da mich ein graulicher Tag hinten im Norden umfing,
Trübe der Himmel und schwer auf meine Scheitel sich senkte,
   Farb’ und gestaltlos die Welt um den Ermatteten lag,
Und ich über mein Ich, des unbefriedigten Geistes
   Düstre Wege zu spähn, still in Betrachtung versank.
Nun umleuchtet der Glanz des helleren Äthers die Stirne;
   Phöbus rufet, der Gott, Formen und Farben hervor.
Sternhell glänzet die Nacht, sie klingt von weichen Gesängen,
   Und mir leuchtet der Mond heller als nordischer Tag.
Welche Seligkeit ward mir Sterblichem! Träum ich? Empfänget
   Dein ambrosisches Haus, Jupiter Vater, den Gast?
Ach! hier lieg’ ich und strecke nach deinen Knieen die Hände
   Flehend aus. O! vernimm Jupiter Xenius mich!
Wie ich hereingekommen, ich kann’s nicht sagen, es faßte
   Hebe den Wandrer und zog mich in die Hallen heran.
Hast du ihr einen Heroen herauf zu führen geboten?
   Irrte die Schöne? Vergib! Laß mir des Irrtums Gewinn!
Deine Tochter Fortuna, sie auch! die herrlichsten Gaben
   Teilt als ein Mädchen sie aus, wie es die Laune gebeut.
Bist du der wirtliche Gott? O dann so verstoße den Gastfreund
   Nicht von deinem Olymp wieder zur Erde hinab!
»Dichter! Wohin versteigest du dich?« – Vergib mir, der hohe
   Kapitolinische Berg ist dir ein zweiter Olymp.
Dulde mich, Jupiter, hier, und Hermes führe mich später,
   Cestius’ Mal vorbei, leise zum Orcus hinab.


 VIII.

Wenn du mir sagst, du habest als Kind, Geliebte, den Menschen
   Nicht gefallen, und dich habe die Mutter verschmäht,
Bis du größer geworden und still dich entwickelt  -  ich glaub’ es:
   Gern denk’ ich mir dich als ein besonderes Kind.
Fehlet Bildung und Farbe doch auch der Blüte des Weinstocks,
   Wenn die Beere, gereift, Menschen und Götter entzückt.


 IX.

Herbstlich leuchtet die Flamme vom ländlich geselligen Herde,
   Knistert und glänzet, wie rasch! sausend vom Reisig empor.
Diesen Abend erfreut sie mich mehr; denn eh’ noch zur Kohle
   Sich das Bündel verzehrt, unter die Asche sich neigt,
Kommt mein liebliches Mädchen. Dann flammen Reisig und Scheite,
   Und die erwärmete Nacht wird uns ein glänzendes Fest.
Morgen frühe geschäftig verläßt sie das Lager der Liebe,
   Weckt aus der Asche behend Flammen aufs neue hervor.
Denn vor andern verlieh der Schmeichlerin Amor die Gabe,
   Freude zu wecken, die kaum still wie zu Asche versank.


 X.

Alexander und Cäsar und Heinrich und Friedrich, die Großen,
   Gäben die Hälfte mir gern ihres erworbenen Ruhms,
Könnt’ ich auf eine Nacht dies Lager jedem vergönnen;
   Aber die Armen, sie hält strenge des Orkus Gewalt.
Freue dich also, Lebend’ger der lieberwärmeten Stätte,
   Ehe den fliehenden Fuß schauerlich Lethe dir netzt.


 XI.

Euch, o Grazien, legt die wenigen Blätter ein Dichter
   Auf den reinen Altar, Knospen der Rose dazu,
Und er tut es getrost. Der Künstler freut sich seiner
   Werkstatt, wenn sie um ihn immer ein Pantheon scheint.
Jupiter senket die göttliche Stirn, und Juno erhebt sie;
   Phöbus schreitet hervor, schüttelt das lockige Haupt;
Trocken schauet Minerva herab, und Hermes, der leichte
   Wendet zur Seite den Blick, schalkisch und zärtlich zugleich.
Aber nach Bacchus, dem weichen, dem träumenden, hebet Cythere
   Blicke der süßen Begier, selbst in dem Marmor noch feucht.
Seiner Umarmung gedenket sie gern und scheinet zu fragen:
   Sollte der herrliche Sohn uns an der Seite nicht stehn?


 XII.

Hörest du, Liebchen, das muntre Geschrei den Flamminischen Weg her?
   Schnitter sind es, sie ziehn wieder nach Hause zurück,
Weit hinweg. Sie haben des Römers Ernte vollendet,
   Der für Ceres den Kranz selber zu flechten verschmäht.
Keine Feste sind mehr der großen Göttin gewidmet,
   Die, statt Eicheln, zur Kost goldenen Weizen verlieh.
Laß uns beide das Fest im stillen freudig begehen!
   Sind zwei Liebende doch sich ein versammeltes Volk.
Hast du wohl je gehört von jener mystischen Feier,
   Die von Eleusis hieher frühe dem Sieger gefolgt?
Griechen stifteten sie, und immer riefen nur Griechen
   Selbst in den Mauern Roms: »kommt zur geheiligten Nacht!«
Fern entwich der Profane; da bebte der wartende Neuling,
   Den ein weißes Gewand, Zeichen der Reinheit, umgab.
Wunderlich irrte darauf der Eingeführte durch Kreise
   Seltner Gestalten; im Traum schien er zu wallen: denn hier
Wanden sich Schlangen am Boden umher, verschlossene Kästchen,
   Reich mit Ähren umkränzt, trugen hier Mädchen vorbei,
Vielbedeutend gebärdeten sich die Priester und summten;
   Ungeduldig und bang harrte der Lehrling auf Licht.
Erst nach mancherlei Proben und Prüfungen ward ihm enthüllet,
   Was der geheiligte Kreis seltsam in Bildern verbarg.
Und was war das Geheimnis, als daß Demeter die große,
   Sich gefällig einmal auch einem Helden bequemt,
Als sie Jasion einst, dem rüstigen König der Kreter,
   Ihres unsterblichen Leibs holdes Verborgne gegönnt.
Da war Kreta beglückt! das Hochzeitbette der Göttin
   Schwoll von Ähren, und reich drückte den Acker die Saat.
Aber die übrige Welt verschmachtete; denn es versäumte
   Über der Liebe Genuß Ceres den schönen Beruf.
Voll Erstaunen vernahm der Eingeweihte das Märchen,
   Winkte der Liebsten – Verstehst du nun, Geliebte, den Wink?
Jene buschige Myrte beschattet ein heiliges Plätzchen!
   Unsre Zufriedenheit bringt keine Gefährde der Welt.


 XIII.

Amor bleibet ein Schalk, und wer ihm vertraut, ist betrogen!
   Heuchelnd kam er zu mir: »Diesmal nur traue mir noch.
Redlich mein’ ich’s mit dir: du hast dein Leben und Dichten,
   Dankbar erkenn’ ich es wohl, meiner Verehrung geweiht.
Siehe, dir bin ich nun gar nach Rom gefolget, ich möchte
   Dir im fremden Gebiet gern was Gefälliges tun.
Jeder Reisende klagt, er finde schlechte Bewirtung;
   Welchen Amor empfiehlt, köstlich bewirtet ist er.
Du betrachtest mit Staunen die Trümmern alter Gebäude
   Und durchwandelst mit Sinn diesen geheiligten Raum.
Du verehrest noch mehr die werten Reste des Bildens
   Einziger Künstler, die stets ich in der Werkstatt besucht.
Diese Gestalten, ich formte sie selbst! Verzeih mir, ich prahle
   Diesmal nicht, du gestehst, was ich dir sage, sei wahr.
Nun du mir lässiger dienst, wo sind die schönen Gestalten,
   Wo die Farben, der Glanz deiner Erfindungen hin?
Denkst du nun wieder zu bilden, o Freund? Die Schule der Griechen
   Blieb noch offen, das Tor schlossen die Jahre nicht zu.
Ich, der Lehrer, bin ewig jung, und liebe die Jungen.
   Altklug lieb’ ich dich nicht! Munter! Begreife mich wohl!
War das Antike doch neu, da jene Glücklichen lebten!
   Lebe glücklich, und so lebe die Vorzeit in dir!
Stoff zum Liede, wo nimmst du ihn her? Ich muß dir ihn geben
   Und den höheren Stil lehret die Liebe dich nur.«
Also sprach der Sophist. Wer widerspräch ihm? und leider
   Bin ich zu folgen gewöhnt, wenn der Gebieter befiehlt. -
Nun, verräterisch hält er sein Wort, gibt Stoff zu Gesängen,
   Ach! und raubt mir die Zeit, Kraft und Besinnung zugleich;
Blicke und Händedruck, und Küsse, gemütliche Worte,
   Silben köstlichen Sinns wechselt ein liebendes Paar.
Da wird Lispeln Geschwätz, wird Stottern liebliche Rede:
   Solch ein Hymnus verhallt ohne prosodisches Maß.
Dich, Aurora, wie kannt’ ich dich sonst als Freundin der Musen!
   Hat, Aurora, dich auch Amor, der lose, verführt?
Du erscheinest mir nun als seine Freundin, und weckest
   Mich an seinem Altar wieder zum festlichen Tag.
Find’ ich die Fülle der Locken an meinem Busen! das Köpfchen
   Ruhet und drücket den Arm, der sich dem Halse bequemt.
Welch ein freudig Erwachen, erhieltet ihr, ruhige Stunden,
   Mir das Denkmal der Lust, die in den Schlaf uns gewiegt! -  
Sie bewegt sich im Schlummer und sinkt auf die Breite des Lagers,
   Weggewendet; und doch läßt sie mir Hand noch in Hand.
Herzliche Liebe verbindet uns stets und treues Verlangen,
   Und den Wechsel behielt nur die Begierde sich vor.
Einen Druck der Hand, ich sehe die himmlischen Augen
   Wieder offen. - O nein! laßt auf der Bildung mich ruhn!
Bleibt geschlossen! ihr macht mich verwirrt und trunken, ihr raubet
   Mir den stillen Genuß reiner Betrachtung zu früh.
Diese Formen, wie groß! wie edel gewendet die Glieder!
   Schlief Ariadne so schön: Theseus, du konntest entfliehn?
Diesen Lippen ein einziger Kuß! O Theseus, nun scheide!  
  Blick’ ihr ins Auge! Sie wacht! -  Ewig nun hält sie dich fest.


 XIV.

Zünde mir Licht an, Knabe! – »Noch ist es hell, ihr verzehret
   Öl und Docht nur umsonst. Schließet die Läden doch nicht!
Hinter die Häuser entwich, nicht hinter den Berg, uns die Sonne!
   Ein halb Stündchen noch währt’s bis zum Geläute der Nacht!« - 
Unglückseliger! geh und gehorch’! Mein Mädchen erwart’ ich.
   Tröste mich, Lämpchen, indes, lieblicher Bote der Nacht!


 XV.

Cäsarn wär’ ich wohl nie zu fernen Britannen gefolget,
   Florus hätte mich leicht in die Popine geschleppt!
Denn mir bleiben weit mehr die Nebel des traurigen Nordens
   Als ein geschäftiges Volk südlicher Flöhe verhaßt.
Und noch schöner von heut an seid mir gegrüßet, ihr Schenken,
   Osterien, wie euch schicklich der Römer benennt;
Denn ihr zeigtet mir heute die Liebste, begleitet vom Oheim,
   Den die Gute so oft, mich zu besitzen, betrügt.
Hier stand unser Tisch, den Deutsche vertraulich umgaben;
   Drüben suchte das Kind neben der Mutter den Platz,
Rückte vielmals die Bank und wußt’ es artig zu machen,
   Daß ich halb ihr Gesicht, völlig den Nacken gewann.
Lauter sprach sie, als hier die Römerin pfleget, kredenzte,
   Blickte gewendet nach mir, goß und verfehlte das Glas.
Wein floß über den Tisch, und sie, mit zierlichem Finger,
   Zog auf dem hölzernen Blatt Kreise der Feuchtigkeit hin.
Meinen Namen verschlang sie dem ihrigen, immer begierig
   Schaut’ ich dem Fingerchen nach, und sie bemerkte mich wohl.
Endlich zog sie behende das Zeichen der römischen Fünfe
   Und ein Strichlein davor. Schnell, und sobald ich’s gesehn,
Schlang sie Kreise durch Kreise, die Lettern und Ziffern zu löschen;
   Aber die köstliche Vier blieb mir ins Auge geprägt.
Stumm war ich sitzen geblieben und biß die glühende Lippe,
   Halb aus Schalkheit und Lust, halb aus Begierde, mir wund.
Erst noch so lange bis Nacht! dann noch vier Stunden zu warten!
   Hohe Sonne, du weilst, und du beschauest dein Rom!
Größeres sahest du nichts und wirst nichts Größeres sehen,
   Wie es dein Priester Horaz in der Entzückung versprach.
Aber heute verweile mir nicht, und wende die Blicke
   Von dem Siebengebirg früher und williger ab!
Einem Dichter zuliebe verkürze die herrlichen Stunden,
   Die mit begierigem Blick selig der Maler genießt;
Glühend blicke noch schnell zu diesen hohen Fassaden,
   Kuppeln und Säulen zuletzt und Obelisken herauf;
Stürze dich eilig ins Meer, um morgen früher zu sehen,
   Was Jahrhunderte schon göttliche Lust dir gewährt:
Diese feuchten, mit Rohr so lange bewachsnen Gestade,
   Diese mit Bäumen und Busch düster beschatteten Höhn.
Wenig Hütten zeigten sie erst; dann sahst du auf einmal
   Sie vom wimmelnden Volk glücklicher Räuber belebt.
Alles schleppten sie drauf an diese Stätte zusammen;
   Kaum war das übrige Rund deiner Betrachtung noch wert,
Sahst eine Welt hier entstehn, dann eine Welt hier in Trümmern,
   Aus den Trümmern aufs neu fast eine größere Welt!
Daß ich diese noch lange von dir beleuchtet erblicke,
   Spinne die Parze mir klug langsam den Faden herab.
Aber sie eile herbei, die schön bezeichnete Stunde! -
   Glücklich! Hör’ ich sie schon? Nein, doch ich höre schon Drei.
So, ihr lieben Musen, betrogt ihr wieder die Länge
   Dieser Weile, die mich von der Geliebten getrennt.
Lebet wohl! Nun eil’ ich und fürcht’ euch nicht zu beleid’gen:
   Denn ihr Stolzen, ihr gebt Amorn doch immer den Rang.


 XVI.

»Warum bist du, Geliebter, nicht heute zur Vigne gekommen?
   Einsam, wie ich versprach, wartet’ ich oben auf dich.« - 
Beste, schon war ich hinein; da sah ich zum Glücke den Oheim
   Neben den Stöcken, bemüht, hin sich und her sich zu drehn.
Schleichend eilt’ ich hinaus! -  »O welch ein Irrtum ergriff dich!
   Eine Scheuche nur war’s, was dich vertrieb! Die Gestalt
Flickten wir emsig zusammen aus alten Kleidern und Rohren,
   Emsig half ich daran, selbst mir zu schaden bemüht.«
Nun, des Alten Wunsch ist erfüllt: den losesten Vogel
   Scheucht’ er heute, der ihm Gärtchen und Nichte bestiehlt.


 XVII.

Manche Töne sind mir Verdruß, doch bleibet am meisten
   Hundegebell mir verhaßt: kläffend zerreißt es mein Ohr.
Einen Hund nur hör’ ich sehr oft mit frohem Behagen
   Bellend kläffen, den Hund, den sich der Nachbar erzog.
Denn er bellte mir einst mein Mädchen an, da sie sich heimlich
   Zu mir stahl, und verriet unser Geheimnis beinah.
Jetzo, hör’ ich ihn bellen, so denk’ ich mir immer: sie kommt wohl!
   Oder ich denke der Zeit, da die Erwartete kam.


 XVIII.

Eines ist mir verdrießlich vor allen Dingen, ein andres
   Bleibt mir abscheulich, empört jegliche Faser in mir,
Nur der bloße Gedanke. Ich will es euch, Freunde, gestehen:
   Gar verdrießlich ist mir einsam das Lager zu Nacht.
Aber ganz abscheulich ist’s, auf dem Wege der Liebe
   Schlangen zu fürchten, und Gift unter den Rosen der Lust;
Wenn im schönsten Moment der hin sich gebenden Freude
   Deinem sinkenden Haupt lispelnde Sorge sich naht.
Darum macht Faustine mein Glück, sie teilet das Lager
   Gerne mit mir, und bewahrt Treue dem Treuen genau.
Reizendes Hindernis will die rasche Jugend; ich liebe,
   Mich des versicherten Guts lange bequem zu erfreun.
Welche Seligkeit ist’s! wir wechseln sichere Küsse,
   Atem und Leben getrost saugen und flößen wir ein.
So erfreuen wir uns der langen Nächte, wir lauschen,
   Busen an Busen gedrängt, Stürmen und Regen und Guß.
Und so dämmert der Morgen heran, es bringen die Stunden
   Neue Blumen herbei, schmücken uns festlich den Tag.
Gönnet mir, o Quiriten! das Glück, und jedem gewähre
   Aller Güter der Welt erstes und letztes der Gott!


 XIX.

Schwer erhalten wir uns den guten Namen, denn Fama
   Steht mit Amorn, ich weiß, meinem Gebieter, in Streit.
Wißt auch ihr, woher es entsprang, daß beide sich hassen?
   Alte Geschichten sind das, und ich erzähle sie wohl.
Immer die mächtige Göttin, doch war sie für die Gesellschaft
   Unerträglich, denn gern führt sie das herrschende Wort;
Und so war sie von je, bei allen Göttergelagen,
   Mit der Stimme von Erz, Großen und Kleinen verhaßt.
So berühmte sie einst sich übermütig, sie habe
   Jovis herrlichen Sohn ganz sich zum Sklaven gemacht.
»Meinen Herkules führ’ ich dereinst, o Vater der Götter! «
   Rief triumphierend sie aus, »wiedergeboren dir zu.
Herkules ist es nicht mehr, den dir Alkmene geboren,
   Seine Verehrung für mich macht ihn auf Erden zum Gott.
Schaut er nach dem Olymp, so glaubst du, er schaue nach deinen
   Mächtigen Knieen -  vergib! nur in den Äther nach mir
Blickt der würdigste Mann, nur mich zu verdienen durchschreitet
   Leicht sein mächtiger Fuß Bahnen, die keiner betrat;
Aber auch ich begegn’ ihm auf seinen Wegen, und preise
   Seinen Namen voraus, eh’ er die Tat noch beginnt.
Mich vermählst du ihm einst; der Amazonen Besieger
   Wird’ auch meiner, und ihn nenn’ ich mit Freuden Gemahl!«
Alles schwieg, sie mochten nicht gern die Prahlerin reizen:
   Denn sie denkt sich, erzürnt, leicht was Gehässiges aus.
Amorn bemerkte sie nicht: er schlich beiseite; den Helden
   Bracht’ er mit weniger Kunst unter der Schönsten Gewalt.
Nun vermummt er sein Paar: ihr hängt er die Bürde des Löwen
   Über die Schultern und lehnt mühsam die Keule dazu,
Drauf bespickt er mit Blumen des Helden sträubende Haare,
   Reichet den Rocken der Faust, die sich dem Scherze bequemt.
So vollendet er bald die neckische Gruppe; dann läuft er,
   Ruft durch den ganzen Olymp: »Herrliche Taten geschehn!
Nie hat Erd und Himmel, die unermüdete Sonne
   Hat auf der ewigen Bahn keines der Wunder erblickt. «
Alles eilte; sie glaubten dem losen Knaben, denn ernstlich
   Hatt’ er gesprochen; und auch Fama, sie blieb nicht zurück.
Wer sich freute, den Mann so tief erniedrigt zu sehen,
   Denkt ihr? Juno. Es galt Amorn ein freundlich Gesicht.
Fama daneben, wie stand sie beschämt, verlegen, verzweifelnd!
   Anfangs lachte sie nur: »Masken, ihr Götter, sind das!
Meinen Helden, ich kenn’ ihn zu gut! Es haben Tragöden
   Uns zum Besten!« Doch bald sah sie mit Schmerzen: er war’s! - 
Nicht den tausendsten Teil verdroß es Vulkanen, sein Weibchen
   Mit dem rüstigen Freund unter den Maschen zu sehn,
Als das verständige Netz im rechten Moment sie umfaßte,
   Rasch die Verschlungnen umschlang, fest die Genießenden hielt.
Wie sich die Jünglinge freuten, Merkur und Bacchus! Sie beide
   Mußten gestehn: es sei, über dem Busen zu ruhn
Dieses herrlichen Weibes, ein schöner Gedanke. Sie baten:
   Löse, Vulkan, sie noch nicht! Laß sie noch einmal besehn!
Und der Alte war so Hahnrei, und hielt sie nur fester. -  
   Aber Fama, sie floh rasch und voll Grimmes davon.
Seit der Zeit ist zwischen den zweien der Fehde nicht Stillstand;
   Wie sie sich Helden erwählt, gleich ist der Knabe darnach.
Wer sie am höchsten verehrt, den weiß er am besten zu fassen,
   Und den Sittlichsten greift er am gefährlichsten an.
Will ihm einer entgehn, den bringt er vom Schlimmen ins Schlimmste.
   Mädchen bietet er an; wer sie ihm töricht verschmäht,
Muß erst grimmige Pfeile von seinem Bogen erdulden;
   Mann erhitzt er auf Mann, treibt die Begierden aufs Tier.
Wer sich seiner schämt, der muß erst leiden; dem Heuchler
   Streut er bittern Genuß unter Verbrechen und Not.
Aber auch sie, die Göttin, verfolgt ihn mit Augen und Ohren,
   Sieht sie ihn einmal bei dir; gleich ist sie feindlich gesinnt,
Schreckt dich mit ernstem Blick, verachtenden Mienen, und heftig
   Strenge verruft sie das Haus, das er gewöhnlich besucht.
Und so geht es auch mir: schon leid’ ich ein wenig; die Göttin
   Eifersüchtig, sie forscht meinem Geheimnisse nach.
Doch es ist ein altes Gesetz: ich schweig’ und verehre,
   Denn der Könige Zwist büßten die Griechen, wie ich.


 XX.

Zieret Stärke den Mann und freies mutiges Wesen,
   O, so ziemet ihm fast tiefes Geheimnis noch mehr.
Städtebezwingerin, du, Verschwiegenheit! Fürstin der Völker!
   Teure Göttin, die mich sicher durchs Leben geführt,
Welches Schicksal erfahr’ ich! Es löset scherzend die Muse,
   Amor löset, der Schalk, mir den verschlossenen Mund.
Ach! schon wird es so schwer der Könige Schande verbergen!
   Weder die Krone bedeckt, weder ein phrygischer Bund
Midas’ verlängertes Ohr: der nächste Diener entdeckt es,
   Und ihm ängstet und drückt gleich das Geheimnis die Brust.
In die Erde vergrüb’ er es gern, um sich zu erleichtern,
   Doch die Erde verwahrt solche Geheimnisse nicht;
Rohre sprießen hervor und rauschen und lispeln im Winde:
   »Midas! Midas, der Fürst, trägt ein verlängertes Ohr! «
Schwerer wird es nun mir, ein schönes Geheimnis zu wahren
   Ach den Lippen entquillt Fülle des Herzens so leicht!
Keiner Freundin darf ich’s vertraun: sie möchte mich schelten,
   Keinem Freunde, vielleicht brächte der Freund mir Gefahr.
Mein Entzücken dem Hain, dem schallenden Felsen zu sagen
   Bin ich endlich nicht jung, bin ich nicht einsam genug.
Dir, Hexameter, dir, Pentameter sei es vertrauet
   Wie sie des Tags mich erfreut, wie sie des Nachts mich beglückt.
Sie, von vielen Männern gesucht, vermeidet die Schlingen,
   Die ihr der Kühnere frech, heimlich der Listige legt;
Klug und zierlich schlüpft sie vorbei und kennet die Wege,
   Wo sie der Liebste gewiß lauschend begierig empfängt.
Zaudre, Luna, sie kommt! damit sie der Nachbar nicht sehe,
   Rausche, Lüftchen, im Laub! niemand vernehme den Tritt.
Und ihr, wachset und blüht, geliebte Lieder, und wieget
   Euch im leisesten Hauch lauer und liebender Luft,
Und entdeckt den Quiriten, wie jene Rohre geschwätzig,
   Eines glücklichen Paars schönes Geheimnis zuletzt.