Saturday, June 28, 2014

CÉSAR CANTONI




ELEGÍAS DEL RÍO COLOR DE LEÓN


    Primogénita ilustre del Plata,
    En solar apertura hacia el Este,
    Donde atado a tu cinta celeste
    Va el gran río color de león.
        Leopoldo Lugones, A Buenos Aires


1. Bajo un cielo brillante

Bajo un cielo brillante, se demora el río.
La marea empuja la resaca hasta la orilla,
donde la arena, negra de petróleo,
huele a petróleo y peces muertos.
Es un día de calor, sitiado por las moscas.
Muchachos con el torso tatuado y chicas en bikini
toman baños de sol en islotes mugrientos.


2. Vienen de zonas aledañas

Vienen de zonas aledañas y acampan junto al río.
Traen bolsos con vituallas, una radio, una sombrilla.
Tendidos en la arena, se divierten bromeando,
mientras leen revistas ajadas o juegan a los naipes.
El aire es pesado como de costumbre 
y el agua parece bullir en charcas y arroyuelos.
Cuando el sol de la tarde todavía está alto,
ellas preparan los sandwiches, ellos destapan la cerveza.
Luego comen, beben, se emborrachan.
Uno enciende la radio, pone música;
todos bailan a un tiempo, bañados en sudor.


3. Un perro atraviesa la playa

Atardece. Un perro atraviesa la playa solitaria.
En la orilla, el agua refleja la tristeza de los sauces.
Pescadores que entraron a caballo en el río
vuelven ahora con las redes cargadas: sábalos y dorados.
Desvanecido sobre los techos indigentes,
el sol es un ojo de pez que interroga a Dios. 


4. Apenas la antorcha de la luna

La noche es profunda y oscura río adentro.
Apenas la antorcha de la luna alumbra la corriente.
Extraviada, entre forros usados y detritos,
una canoa golpea contra la escollera.


5. Con indómita furia

Muchas veces, el río es un monstruo temible,
un Leviatán que arrolla y destruye lo que encuentra:
rampas, diques de piedra, muelles enmohecidos...
Con indómita furia, arranca de cuajo postes y carteles,
anega las calles, inunda las casas de los lugareños,
se lleva animales, colchones, zapatillas,
los sueños de todos, la esperanza... 
Finalmente, regresa sin apremio a su cauce,    
convertido en doméstica criatura.
Sólo entonces devuelve a los ahogados.


6. En los días luminosos

Desde aquí, en los días luminosos,
se puede ver Colonia, me decía mi madre.
Algunos cuentan que la vieron. O creen que la vieron,
a fuerza de repetir la misma historia imaginaria.
Colonia: una ciudad al alcance de los sueños
para la gente humilde de esta orilla
que trafica con puertos de ficción.


7. Yo zambullí mi infancia

Yo zambullí mi infancia en este río.
En este río, amé a una mujer más grande que el deseo.
¿Será por eso que mi voz es turbia
como las aguas que ahora conjuran la memoria?


    Playas de Punta Lara, diciembre de 2010

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PASOLINI EN NUEVA YORK


1

En la foto, usted aparece en primer plano
paseando por una calle neoyorquina. A su espalda,
la ciudad se yergue altiva y desafiante.
Sujeto a una columna de alumbrado,
luce un cartel que advierte: "No right turn".
Un auto, del que sólo se ve la trompa,
se apresta a cruzar la bocacalle.
La gente camina ligeramente abstraída
y pocos parecen reparar en torno.
Sin duda, es el atardecer de un día nublado y frío.
EI viento agita con fuerza su impermeable abierto
y usted mira a la lente como inquiriendo algo.


2

Corren los años 60 en la foto y en el mundo.
Hay un insoslayable magnetismo de época
—¿Por qué renegar de la nostalgia?— en esa calle
atestada de comercios que atiza la memoria.
Entonces, yo era joven y bello. (Recuerdo que molestaba
a las muchachas.) Iba a la escuela católica
y rezaba al dios de los estigmas.
La muerte, tan lejana, no podía tocarme,
y todos mis amigos, maliciosos e ignaros,
se sentían igualmente inmortales.
Entonces, era lícito soñar.
Y usted soñaba cambiar algunas cosas.


3

Vuelvo a mirar ahora la borrosa foto,
publicada hace tiempo en una revista de poesía,
y, momentáneamente, me pongo en su piel ante la
   cámara.
Por esas horas, el mundo ofrece la imagen
de un gallinero alborotado; algo, que desconcierta
a los incautos, quiere nacer de un huevo.
La historia, pues, amaga girar sobre sí misma
y usted es un bárbaro en la Gran Manzana,
un alma primitiva y soledosa; tiene el brillo
del sol septentrional en las pupilas
y habla el dialecto de los ríos friulanos.
Aunque ha madurado hasta el dolor,
guarda, en el fondo, la pureza y el ardor de un niño,
un niño que ha elegido ser libre y, a menudo,
da cuenta de su profunda rebeldía.


4

EI día declina y Nueva York se aferra aún
a su ajetreo diurno. Casi excluido de la foto,
un cielo bajo semeja apoyarse sobre las terrazas.
Seguramente, usted ya ha descubierto la ciudad:
ha viajado en el Metro y en autos de alquiler,
ha entrado en bares y en grandes restaurantes,
ha recorrido shoppings y supermercados,
ha comprado en negocios del Soho
y en las tiendas de la calle Lexington,
ha visitado museos y galerías de arte,
ha dormido en hoteles lujosos
y se ha contemplado en sus espejos,
ha estado en Broadway y en el World Trade Center,
pero no se ha dejado sobornar, entonces,
por ninguna promesa consumista,
ningún fulgor nacido de las bondades del mercado.


5

Miro una vez más la foto con detenimiento.
Luego alzo los ojos y me quedo inmóvil,
acodado sobre el vidrio de mi escritorio.
Un tiempo irrepetible ha muerto.
Incluso, para sorpresa de los espectadores,
usted abandonó la escena prematuramente,
apaleado por un pillo en un balneario de Ostia,
cuando aún era posible tener una certeza.
EI viejo mundo, por si falta decirlo, no ha cedido.
Sus cimientos probaron que pueden soportar, airosos,
el peso de los sueños. Como antes, todo está por hacerse.
La primavera estalla ahora en mi ventana,
los geranios prorrumpen tiemamente en flor
y las parvas gallinas vuelven a empollar sus huevos:
signo de una fe rediviva que enseña la perseverancia.


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