Sunday, January 22, 2012

HÉCTOR NEGRO (1934)



A Osvaldo Avena

Maestro de la viola prodigiosa
curtida en la milonga payadora,
guitarra donde vuelven afanosas,
tus manos, que en sus cuerdas se demoran.

Palermo fue tu origen, la partida
hacia los rumbos donde te largaste,
seis cuerdas custodiaron la guarida
del hueco musical que alucinaste.

Soltando tu ritual pajarería;
milongas, tangos nuevos y esa plena
jugada y remosada melodía,
volcaste tu temblor y tu alegría
eterna de crear, mi viejo Avena,
lo tuyo es otra forma de poesía.



Alfredo Arnold

Cuántas veces pensé en tu cuna, fuelle,
dónde te hizo el alemán Alfredo Arnold.
¿Qué viento extraño te trajo hasta este suelo?
¿Quién puso tu ancla doble A bajo este cielo?
El milagro del tango te esperaba,
como un sueño que en el fango se amasó,
y de ese barro su duende te llamaba
y te encontraste con el tango, bandoneón.

Fuelle,
que abrigaste en tus arrugas
el secreto de ese tango
que respira en tu jadeo.
Fuelle,
tu sonido fue el lenguaje
que aprendiste sin palabras.
Fue la voz del barrio aquel,
de la vieja y del dolor,
de la gente que penaba.
Fue el temblor de un beso puro,
fue el silbido sin apuro,
sigue siendo nuestra voz.

Cuántas veces canté a tu arrullo, fuelle,
y en tu son cantó la vida que se dio.
¿Cómo supiste subir del charco al cielo,
cómo llenaste de música tu vuelo?
Buenos Aires acaso te esperaba,
desde el día que algún loco la inventó,
y tu sonido era el sol que le faltaba
y tu pulmón era su entraña, bandoneón.



Andar de a pie

Me gusta caminar
andar de a pie por mi ciudad.
Con pasos libres de elegir
con quien reír, con quien cantar.
Mirar las cosas al trasluz
del corazón y detener
con la mirada, la ansiedad
para gozar sabiendo ver.
No desdeñar ningún camino
donde se pueda presentir
que hay un paisaje por abrir,
algún milagro en qué creer,
una verdad por descubrir,
andando así: de a pie...

Trepar por las ventanas con la misma sensación
de ser la enredadera que se asoma en el balcón.
Llegar adonde el cielo mezcla un vuelo con el sol,
donde aletean sueños con relámpagos de alcohol.
Desnudar vidrieras
con la fiebre entera.
Tener facha de títere con alma de gorrión,
para volar junto al cordón,
pero de a pie.

Me gusta caminar,
andar de a pie por mi ciudad.
Y darme cuenta porque sí,
con un bastón rubio de pan.
Cruzar semáforos de a cien,
con una luz en el ojal,
para guiñar como un cartel,
enternecer y encandilar
Ser peatón cabal, sin peros.
Y atravesar tanto trajín
con la alegría de beber
todo el color, mirar, seguir,
sentir la piel de cada ser
y caminar, así.




Aquella Reina del Plata

Vos sos del tiempo de la Reina del Plata.
Del Buenos Aires que nos contaron mal.
Cuando en el barrio crecía Milonguita
y ya empinaba su luz la gran ciudad.

En el suburbio temblaban las guitarras.
Julio de Caro tallaba en el violín.
Tangos de Bardi bajaban de las parras.
Bailes de patio que suenan hasta aquí.

Reina del Plata
se ponía los largos.
Y la copaba
un morocho cantor.
Los que tenían
seguían pelechando.
Los pobres diablos
mordían el rigor.

Reina del Plata.
Mandaba don Marcelo.
Y había cielos
de higuera y corralón.
Inflaba el trigo
la luz de su desvelo.
Y un toro triste
lamía su esplendor.

Vos sos de aquellos muchachos de la "Guardia".
Mezcla de estaño, empedrado y berretín.
Que se jugaron la suerte a una baraja
y amaron dulces muchachas que no vi.

Vos sos del tiempo de la Reina del Plata.
Del Buenos Aires que alguno me contó.
Cuando se hacía el amor con serenatas.
Y se yugaba como se yuga hoy.

Vos sos del tiempo de la Reina del Plata.
Del Buenos Aires que alguno me contó...




Bien de abajo

Yo soy bien de abajo y anduve a los tumbos
cuerpeando la mala y al fin le gané.
Me pesó en el lomo conservar el rumbo.
Me costó mis golpes, pero no aflojé.

Peleé por la luz que quisieron robarme
y si perdí cosas, salvé lo mejor.
Hoy tengo el orgullo de no doblegarme.
De saber que nadie me vende un buzón.

Por eso mi tango nació retobado.
Porque me he cansado de ver aguantar.
Cuando creo en alguien, me pongo a su lado.
Y si estoy jugado no me vuelvo atrás.

Y si es que mi vida
la vivo a los saltos,
tengo tanto asfalto,
que caigo "parao".

Soy sangre rebelde, muchacho de abajo.
Yo creo en mis brazos, en lo que ellos dan.
Y del lado izquierdo me caigo a pedazos,
cuando unos ojazos me miran de más.

Mi barrio y mi gente escuchan mi credo
que a los barquinazos aprendí a cantar.
Como un canto arisco, donde el sol que muerdo
calienta mis labios para protestar.




Buenos Aires vos y yo

Sé que te trajo Buenos Aires nuevamente,
que no pudiste olvidar así nomás
ni tus recuerdos, ni tu esquina, ni tu gente
ni aquellos besos que te di por Parque Chas.

¡Qué ganas locas de mostrarte el barrio nuevo
al que lejano le buscabas el color!
El mismo cielo que en las manos hoy te llevo
ya no es el mismo que mojaste con tu adiós.

Y te prometo que muy juntos andaremos
en cada cosa que la infancia iluminó.
Porque hoy regresas y tu vuelta cantaremos
los tres como antes: Buenos Aires, vos y yo.

Te mostraré la misma calle que dejaste,
esa pared donde pintaste el corazón.
Y aquella estrella que una noche descolgaste
la buscaremos con la luz de nuestro sol.

Donde la piedra junto al río se hace vuelo,
la Costanera nos verá, canción de dos.
Y en esa Boca de cansancio y Riachuelo
nos quedaremos, con un beso, en un rincón.

Qué importará tanta nostalgia en tu pañuelo,
tanta neblina que en el tiempo se quemó.
Hoy tu vuelta y nosotros cantaremos
los tres como antes: Buenos Aires, vos y yo.




Compre, señor, compre

Su casa, señor, está llena de todo...
La usina trabaja, feliz, para usted.
Enchufa su vida y encuentra ese modo
de tenerlo todo, sin tenerse usted.

Su vida, señor, está falta de mucho.
Y nadie le acierta su necesidad.
Le han vendido tanto, que a veces lo escucho
hablar de lo mucho que le hacen comprar.

Le ofrecen un río de whisky y un cielo
con bellas muchachas que lo han de mimar.
Veloces aviones le inventan el vuelo
y usted sube y baja, pero sin volar.

Le muestran la forma de tener prestigio,
comprando la marca que repiten más.
Y usted se desvela por el sacrificio
que impone el "camelo" de su bienestar.

Yo vengo a venderle, señor, este canto.
Así como suena, sin publicidad...
Y usted tiene dudas, porque compró tanto
que al fin se pregunta... ¿para qué cantar?...

Le traigo, señor, esta música mía.
Le pido tan solo que sepa soñar.
Y tal vez con ella, de pronto sonría.
Y tal vez, conmigo, se ponga a cantar.

Le ofrezco el color de una gran primavera.
Un gesto celeste que lo ayude a andar.
Un sol generoso, una risa entera
y el simple secreto de saberse dar.

Le ofrezco una luz que no tiene vidrieras,
ni "jingles", ni "cortos" de televisión.
Le ofrezco una nueva y hermosa manera
de vivir la vida y de ser mejor...




Con una milonga de estas

Con una milonga de estas
la mañana se me limpia.
Salgo a pelearle a la suerte,
y me llevo una caricia,
sintiendo que me hago fuerte
si aprieto una mano amiga.

Y aunque me espera el cansancio,
la tristeza o la rutina,
siento, al cruzar cada esquina,
como mi canto protesta,
cuando voy pensando cosas
con una milonga de estas.

Con una milonga de estas
vendré cantando el regreso.
Buscaré la estrella nueva
que tiembla sobre mi pecho,
y le daré mi moneda
de milonga como un beso.

Y cuando sobren preguntas
porque algo falta en la mesa,
tendremos siempre tibieza
para buscar la respuesta,
y un día la encontraremos
con una milonga de estas.




Cuando uno canta

Uno se da cuenta que no tiene llanto
y se brinda en canto para no llorar.
Y el color del cielo lo provoca tanto,
que con ese canto lo quiere alcanzar.
Uno se ve uno, ve al mundo que pasa.
Y por más que abraza, los otros no están.
Porque cada uno se quema en su brasa
y acaso cantando los ha de encontrar.

Uno sabe que cantando es más que uno.
Y cantando quiere saber lo que no fue.
Y en el canto está el misterio que a ninguno
le parece que es ajeno y sabe bien.
Y cantar es un abrazo, un vuelo, un sueño
que se mete en el temblor de los demás.
Y cantando por la vida somos dueños
de esas ganas que tenemos de ser más.

Uno tiene miedos, rencores, tristezas.
Tiene una tibieza que le cuesta dar.
Si es que cree mucho, por creer tropieza.
Si no cree en nada, no sabe esperar.
Uno es un milagro de cosas que empiezan.
Un candor lejano, un fuego que está.
Una chispa suelta que al barro regresa.
Una voz que reza, que canta y se va.




De Buenos Aires morena

Viento que viene del Sur,
fue su ardor de muchacha.
Polen moreno en su piel
y en su voz, la fragancia.

Trajo el aroma feliz
de la flor de su patio.
Ganas de darse y vivir
desvelaban sus manos.

Sé que el poeta la amó
y la puso en su canto.
Y que su canto lloró
cuando la vio partir.

De Buenos Aires morena...
ojos de llama y milagro.
Fraguas de besos que entregan
sus labios quemando...

Cuando regresa hacia el Sur,
ni los besos le alcanzan.
Relampaguea de amor
y el adiós la desangra.

Hay que robarla del Sur
y a la vida llevarla.
Darle a la noche la luz
de su risa robada.

Sé que el poeta tembló
cuando pudo encontrarla.
Ella a sus brazos volvió
por caminos del Sur.

De Buenos Aires morena...
Hay que robarla cantando.
Pájaros ebrios y estrellas
la vienen llamando.

Y las cigarras del viento
le cuelgan su canto.




Desde el tablón

Llené mi pecho con el aire del potrero.
Le di a la mala con la leña del tablón.
Y fue mi canto un estribillo futbolero.
El primer canto que grité de corazón.

No tuve nunca quien me diera mejor fiesta
que los domingos esperados como el sol.
Y este delirio de seguir mi camiseta
y la alegría reventando cada gol.

Si mi mejor juguete
fue redondo.
Y mano a mano,
nadie pudo más,
porque al final de cuentas sólo tuve
esa posible forma de ganar.
Mi infancia caminó por aquel cielo,
por tanto barro que debió esquivar.
Y todos los domingos vuelvo y vuelvo,
por el desquite que la vida no me da.

Yo vi los goles que se cuentan a los nietos
y las pifiadas que dan ganas de olvidar.
Rompí el carnet cuarenta veces, eso es cierto,
pero por eso no me han visto desertar.

Porque tuve berretines goleadores
y de este lado del alambre los colgué.
En cada grito voy soltando los mejores
pedazos de alma, que rodando amasijé.




El origen

El polen que dio origen
ancló en algún encordado,
el viento trajo simientes,
y brotó, de sobresalto.

Palabra de Africa oscura,
la bautizó en un atajo,
de una guajira acriollada
se hizo ritmo y se hizo canto.

Alimentada de lunas,
de brasas que la entibiaron,
de calor de pechos firmes,
de relinchos de caballos.
Supo del triste lamento
y del fuego enamorado,
del alarde en la rencilla
y del sentido relato.

Guapeando por las orillas,
por boliches trasnochando,
corralonera en las albas,
carros y amores atando.

Copando las rancherías,
donde también la bailaron,
alzó la trova al viento
se disparó toda canto.

Vaya a saber qué caminos,
qué calles la reencontraron,
carcelaria o bolichera,
cuando el payador la trajo.
Milonga por un origen
que le dio semilla al tango,
bordonas para arrancarlas,
corte quebrada y abrazo.

Milonga para cantarla
a la orilla de este río
Del Plata y sepan la estirpe
que fundan los cantos míos.

Gabino puso la endecha
y payando la supimos,
de cantores milongueros
nació un Gardel y un camino.

Desparramadas guitarras
milonguearon y fue el himno
que se olvidaron un día
y otro día descubrimos
para cantar por milonga.
Lo que en milonga vivimos.

(Coro)
¡Cantemos a nuestro origen
desde el Río de la Plata!

(Pregones)
Milonga por un origen
que le dio semilla al tango.
(Coro)
De cantores milongueros
nació un Gardel y un camino.
(Coro)
Hay que cantar por milonga
pa'que se acabe la farsa.
(Coro)
Siguiendo la tradición
nuestro canto a la esperanza.
(Coro)
Hay que cantar por milonga
lo que en milonga vivimos,
hay que cantar por milonga
lo que en milonga vivimos.




Flaca de abril


Tenías en los ojos la garúa de ese abril
y trágicas ginebras resbalando por la voz.
Desplantes veinteañeros jugueteando en tu perfil
y una manera extraña de reírte con la tos.

Caían tus cabellos lloviznando tu vaivén
cuando llegabas, leve, danzarina de "bluyín".
Copabas con la música silbada de recién
y desde tus collares, sonreía un arlequín.

Flaca de abril, yo te llamé.
Y fue tu luz, un sol de otoño.
Fiesta fugaz, piba que amé
sólo un abril, pero con todo.

Flaca de abril, con vos se fue
mi verso loco.
Te quise así: humo en la piel,
pelo en los hombros.

Flaca de abril...
Con el baruyo que yo te di,
fuiste más mía
y más de abril....

Tus besos fueron hondas mordeduras de cognac,
con un tabaco áspero de borra de café.
En brumas de boliches, confidencias y algo más,
vi toda la inocencia que sabías esconder.

Abril te dio mis sueños y mis furias de querer.
Aquella mishiadura que quisimos compartir.
Y con tu mufa flaca nos supimos entender,
porque yo te traía nostalgias de otro abril.




Hay un cantor

Hay una voz que atravesando el tiempo
sigue cantando con nuestra propia voz.
Hay una voz que atravesando el fuego
con alas de milagro, del fuego renació.

Habrá, tal vez, un mágico misterio,
un soplo de infinito vagando en esa voz
que se alimenta con la verdad del pueblo,
que el pueblo reconoce porque con él creció.

¡Gardel!...
Como un ritual que nos habita y no se va.
Su voz que está.
Su voz...
sonora llama que se agranda sin cesar
y arde al cantar.

Es él, nomás...
sobre el escándalo vital de la ciudad.
Y acaso más allá,
por cien caminos y horizontes.
Gardel, grillo del viento,
que el viento siempre quiso
templar.

Hay un cantor que nos está cantando
como quisimos cantar y no se dio.
Hay un cantor que va resucitando
de un trágico destino, volviendo de su adiós.

Es un cantor, es una voz, un mito.
Con un chambergo claro y un silbo volvedor.
Con la sonrisa quebrada en ese sitio,
de trinos insondables que acaso él entreabrió.




Hoy te encontré Buenos Aires


En esa luz final de muchas noches largas
yo te busqué, ciudad... Febril, jugado en ansias.
En vértigos sin paz, de calles apuradas.
En el tronar feroz que al fin me traspasó.

En esa niebla gris, de lágrimas gastadas,
que habita en el confín de la trastienda amarga.
Yo te busqué y perdí la pista de tus llagas,
cansado de rodear de multitud mi soledad.

Hoy te encontré, Buenos Aires.
En la amistad que me salva.
En el amor que florece
y en la mano que se da.

En el simple gorrión mañanero.
En la inquieta colmena del alba.
En la tenaz esperanza
que no se quiere entregar
¡Que no se quiere entregar!...

Hoy te encontré, Buenos Aires.
Por eso quiero cantar.

Pensar que anduve gris, a ciegas, sin plegarias.
Detrás de tu verdad, ciudad que no encontraba.
Tratando de entender tu infierno sin palabras,
tu prisa sin razón, tu oculto corazón.

Y estabas junto a mí, en cada madrugada.
En cada gesto fiel, en besos que me daban.
En tangos que sentí sangrándose en el alma.
Pero hoy que te encontré, quiero cantar mi devoción.




Las Malenas

¿Y cómo no quererte Buenos Aires?
Si te cantaron paicas, minas, grelas,
mujeres que te amaron y que saben
cercana como un cielo de rayuela.

¿Y cómo no quererte Buenos Aires?
Si por vos, se sembraron las Malenas,
desde el vientre fecundo de tus calles,
desde el cantar de la Morocha aquella.

Si desde Avellaneda, la Pepita,
que retozó la copla más compadre,
pasando por la voz de tu Rosita,
fue tu canción un gesto y un alarde.

¿Y cómo no quererte?, si por buenas,
acaso también por entrañables
fundieron Libertad con Azucena
la rosa de los tangos que te saben.

¿Y cómo no quererte?, si es tu tango
quien mueve tu pasión, que siempre es tanta
y hoy vuelve en esta voz que aquí te traigo
jugándose por vos en mi garganta.

Si junto al desparpajo de Sofía,
como una flor enhiesta y compadrita,
cantaba tu porteña melodía
agazapada en su chamuyo Tita.

¿Y cómo no quererte?, si el fraseo
que arrastraban los lentos bandoneones,
se prendió en el propio jubileo
que anunciaba en su canto la Simone.

Y Tania, la gallega, con su flaco
filósofo poeta en cada estrofa
y aquellas que cantaron de arrebato
con el verso que en tango se deshoja.

Una legión de cálidas Malenas,
renaciendo en el canto en las mañanas,
hasta el tempo que hoy duele con su pena y
nos llega en el canto de Susana.




Las milongas

Las milongas soltaron al viento su canción crecida.
Sobre los cordajes trenzaron historias y melancolías.
Las gargantas les brindaron plenas, todas sus guaridas
y volaron libres, galoparon briosas por la Cruz del Sur.

Las milongas habitaron huecos; comité y boliche.
Bajo las ventanas del amor jugado fueron confesión
Sentenciosamente, contaron leyendas compadres o tristes,
y el candombe impuro les puso el oscuro ritmo del tambor.

Las milongas de suburbio y barro,
de distancia y cielo.
Alma payadora, rezo fogonero, endecha y pasión.
Las milongas volvieron del tango,
de mil entreveros.
Llegaron al barrio, pisaron el centro,
entrando al salón.
Las milongas, acá se quedaron, acá las cantamos,
desde donde son...

Se metieron en los bandoneones con su viento arisco.
Aire corralero, limpiando los fueyes con cadencia y ritmo.
En la danza destrenzaron pasos dibujando el piso.
Y crecieron tercas como flor silvestre que el aire besó.

Las milongas con sus bordoneos, su polenta y tumba.
Desde la encordada, del arpegio airoso, salmo y oración.
Milongueramente contaron la vida, la pena, la angustia.
Y cantando fueron otro nuevo idioma para nuestra voz.




Milonga del casamiento

Milonga de cara nueva
que busca el cielo con su canción.
Igual que la enredadera
que enciende flores en el balcón.

Milonga del casamiento
que trajo el viento
que se enredó.
Burbuja de copa llena,
por la morena
que se casó.

Será feliz
de luchar
junto a él,
Sabrán llegar
lejos,
peleando los dos parejo,
ganándole al porvenir.

Con esta luz de milonga
que les prolonga
su adiós así.

Ya sale con su muchacho,
las manos juntas y el largo adiós.
El vuelo de los pañuelos
seca algún llanto que se escapó.

Mañana sabrá la luna,
como ninguna,
lo que pasó.
Vestida de azahar y cielo,
con su revuelo
dirá que no.




Ni me entrego ni me voy

Porque es mi tierra me quedo.
Para saber lo que soy.
Y quiero pero no puedo,
pero igual en ella estoy.

Tengo muchas ilusiones,
muchas ganas, mucha amor.
Tengo sueños a montones
y años jóvenes en flor.

Aquí estoy y no trabajo,
pues trabajo no me dan.
Como están los de acá abajo
que sufren y no se ven.
Aquí estoy enamorado,
sin tener donde anidar.
Con muy poquito pasado
y el futuro que no está.

Acá estoy con los de abajo.
Y los de arriba... ¿en qué andarán?

Porque es mi suelo lo quiero.
Aunque me traten tan mal.
Y sigo porque me juego
a que nada sea igual.

Siempre tengo mi esperanza
y con ella yo me doy.
Y aunque a veces no me alcanza,
ni me entrego, ni me voy.




No queda otra

Se clavan en mis ojos semáforos fugaces,
se cuelgan a mis pasos fracasos y desdén.
Y así voy repechando mis vértigos tenaces
por calles y por rostros, fantasmas de recién.

Traigo las manos rotas y limpias, por si vale.
Traigo la frente herida pero alta y sé por qué.
Si acaso importa el resto de fuerza que me salve,
en esa fuerza pongo la fuerza de mi fe.

No sé si el corazón, golpeado como está
por tanta sinrazón, al fin se ha de jugar.
No sé si han de alcanzar el gesto de querer,
las ganas de luchar, ni sé lo que podré.
Pero sigo igual y ya no vuelvo atrás.
Hay algo que me dice que escapo hacia delante,
que otra no me queda, que el barco ya quemé.
Hay algo que me empuja hacia el siguiente instante
para ganarlo ahora, ganándole después.

Y si otra sinrazón se niega a naufragar
es porque el corazón se juega y quiere más.
Y sé que han de sobrar las ganas de vivir
y de recuperar lo que una vez perdí.
¡Basta de llorar, basta de morir!

Regreso por la vida y vengo a reencontrarme.
Me busco en la inocencia que tuve y que gasté,
la insólita ternura que supo acompañarme.
Me busco y me reencuetro y todo vuelve a ser.




Oscura de piel besada

¡Oh oh oh! ¡Oh oh oh! ¡Oh oh oh! Bariló.
¡Oh oh oh! ¡Oh oh oh! ¡Oh oh oh! Bariló.

Oscura se fue besada y encandilada de luna
besada su piel oscura, deseada como ninguna.
Se fue por la noche larga, perdida en los tamboriles
detrás de una estrella negra, los ojos como candiles.

Mandinga prendió la mecha
cuando en el baile se desató.
El fuego de sus caderas
volcó en la hoguera su resplandor.
La danza que nunca alcanza,
por un abismo se la llevó.

(Estribillo)
Por la danza fue
allí se perdió
y la morenada,
sintió robada
su piel besada
que amaneció.
La robó el tambor
que mordió su piel
y la morenada,
enamorada la quiso bien.

Ay, cuantos se enamoraron de sus ojasos que ardían
de todo lo que insinuaba esa fatal brujería.
El alba quemó carbones que de las notas brotaban
como las chispas traviesas ella bailaba, bailaba...

La raza siempre la raza,
desde su sangre se reveló.
Fantasma que vuelve y pasa,
la vieja raza la cautivó.
Oscura de piel besada,
tal vez mandinga la enamoró.

(Coro)
Oscura de piel besada
diablura de sol moreno.

(Pregones)
La raza soltó su fiebre, la noche su desenfreno.
Las manos en los tambores repiqueteaban te quiero.



Por siempre tango

Por el tango que acaso está naciendo
desde el íntimo bulín de un alma en llanta,
por lo nuevo que quiebra algún silencio
como un alba que airosa se levanta.

Hay un tiempo que se vive y que se olvida
hay un antes y un después que sabe a tango,
una ruta de nostalgias compartidas
como el no sé qué de algún milagro.

Vuelven voces que se fueron,
entrañables y queridas
y se puebla la guarida
del ansioso corazón,
por siempre tango
que regresa en una herida
de amor, que cobra vida en cada nota
que se hace canción.

Por la espera que duele en nuestras almas
y las duras cicatrices que nos muerden
hay un tango sonando en la distancia
donde sangran quimeras que se pierden.

Hay un modo de cantar un dolor hondo,
de cantar una alegría compañera,
un idioma que nos viene desde el fondo
de la raíz noble y bien tanguera.

Vuelven voces que se fueron,
entrañables y queridas
y se puebla la guarida
del ansioso corazón,
por siempre tango
que regresa en una herida
de amor, que cobra vida en cada nota
que se hace canción.

Por siempre tango,
dulce y agria mordedura
que se hace criatura
cuando respira un nuevo bandoneón.




Quién te viera

Quién te visto, quién te viera,
ciudad mía, ya sin paz.
Entre tantos escombros no hay manera
de encontrar lo que olvidás.

Yo no lloro lo perdido
ni las glorias que no están,
yo te busco en las hondas madrugadas
y en las albas de tu pan.

Hay colores que se fueron
y otros nuevos que mostrás,
criaturas que perdieron
en tu infierno tanto afán,
cachetazos de impúdica impiedad
que en tu selva no pegás.

Si tu crueldad me partió la cruz
y me arrasaste la fe,
me gasté de luchar y caída me alcé,
sin quererme entregar...
porque nos salva el amor
y entre la niebla una flor
crecerá siempre, al fin,
por mí, por vos, ciudad por Dios.

Quién te visto, quién te viera,
dónde está lo qué se fue.
Qué feroz es la angustia del que espera
del que dura sin crecer.

Yo te busco, fatalmente, y te canto sin dolor
con un tango que araña tiernamente
tus relámpagos de amor...




Quiero elegir mi vida


No quiero que esto sea
un modo de morir
la forma de durar
hasta el silencio.
Quiero dejar
el rastro de mi luz
el eco de mi sangre,
quiero saber que puedo.

No quiero envejecer
sin incendiar de amor
la ruta de mis pasos,
quiero elegir mi tiempo de gritar,
el de tirarme bajo el sol
y el de cruzar mis brazos.

Quiero elegir mi vida
el gusto de mis besos,
el sitio de mis sueños.
Quiero elegir el cielo
debajo del que un día
regresaré al misterio.

Quiero elegir mi vida,
la risa que a mi risa
le servirá de eco.
Quiero elegir la gente
que comerá en mi mesa
quiero cantar con ellos.

Quiero elegir mi vida,
sembrar lo que me sale,
volar con lo que tengo.
Quiero empujar mi suerte,
quiero elegir mi vida,
quiero saber que puedo.




Responso para un hombre gris

Gira el ventilador
su rosa trastornada.
Corazón de usina.
Sopla ausencia de sol
y tufo de papel.
Destino de oficina.

Gira lento el reloj
sus brazos de fantasma.
Y un gran ojo, mira...
No hay tiempo de soñar.
El cielo allí no está.
Allí, no va la vida...

Allí don Luis
gastó de a poco
su mirada gris.
La muerte fue un desliz
en su rutina.

Que nunca dijo no.
Que en nada se metió.
Su juventud, su sol,
ya estaban apagados.
Don Luis se fue,
lo lloran en papel,
lo sellan, ya no es
ese muñeco fiel.
Tan pobre y gris.
Lo archivan en su ley.
Y todo sigue en pie.
La muerte dentro de él...

Pobre don Luis.
Su muerte es una
sola cicatriz.
Y muerto llega al fin
y el fin lo alcanza.
Dicen que Luis gastó
su humana condición,
sólo dejó un montón
de lástima y de nada.

Don Luis se fue,
lo lloran en papel,
lo sellan, ya no es
ese muñeco fiel.
De qué valió
dar todo el Luis allí.
Quemarse así tan Luis.
Al fin... ¿de qué valió?




Somos hoy

La luz temprana despertaba,
quemando sueño en tus pestañas,
ardiendo igual que tu esperanza,
siempre... alba.

Madrugadora de mi pueblo,
muchacha flor, ¿por qué soñabas?
tenías algo que crecía...
viento... sol.

Nuestro es el mismo camino,
y nuestro, lo que nos falta.
Podemos decir que somos igual
que nuestra esperanza.

Aquello mismo que crecía,
la juventud trepando el alba,
aquello sigue con nosotros,
siempre... alba.

Aquella luz que despertaba,
aquel fervor y aquellas ganas,
aquel temprano sol que vuelve
somos hoy...

La misma cosa que somos,
la somos por haber visto
las piedras y las tristezas
rodar... por el mismo sitio.

Ya no debemos preguntarnos,
con la mirada nos alcanza,
y con la misma voz que canta,
somos hoy.




Tiempo de Don Sebastián

¿Dónde andaba la milonga,
en qué horizonte escondida?
¿En qué boliche rosado,
amagando en qué guarida?
¿Qué payador la templaba,
volviendo de sobrevida?
Corraloneando crepúsculos,
alzada y adormecida.

Acaso de sonsonete,
tamborileando bordonas,
repitiendo su motivo,
pecando de machacona.
Don Sebastián lo sabía,
desde una esquina de Boedo,
sobre su ritmo ensayaba
melodías y fraseos.
Algo de pampa y suburbio,
de compadrada y endecha,
cuando se cruzó el poeta,
la milonga estaba hecha.

Milonga pa' recordarte,
para cantar lo que ardía,
para alardear con la copla
y alzarse en la melodía.
Eran de Manzi los versos,
y Piana en piano ponía
lo que después las guitarras
trasnochaban hasta el día,
tiempo de Don Sebastián,
en milonga renacida,
para que cante el que quiera
cantar milonga por vida.

La hizo canción, y con alas,
candombera y danzarina,
la metió en los bandoneones
y anduvo en patios y esquinas.
Tiempo de Don Sebastián
Piana es milonga genuina,
porteña, criolla, qué más...
si es la Milonga Argentina.




Tiempo de tranvías

Tiempo de tranvías tropezando el empedrado.
Patios que se abren a la luna y al parral.
Mágicos zaguanes con temblor de besos largos.
Penas de ginebra que tanguean en el bar.

Vuelven esos ecos de las mesas de escolaso.
Noches con la barra en la esquina fraternal.
Sábado y milonga que promete el club del barrio
y el domingo, lleno de ese fútbol sin igual.

Tiempo de tranvías,
que allá se desbarrancaron.
De los carnavales
que fueron de otra ciudad.
Te vieron mis ojos pibes
encendidos y asombrados.
Te canta mi tango nuevo,
con ganas de recordar.

Tiempo lindo de tranvías,
que fueron de otra ciudad...

Fueye de Pichuco cuando el gordo era muchacho.
El violín de Gobbi y la orquesta de Caló.
Barras milongueras de Pugliese en cada barrio.
Tangos del 40 que canté con otra voz.

Era mi Corrientes colmenar de tango vivo.
Era cada ochava la promesa de un cantor.
Tiempo de tranvías, de las calles con silbidos.
Sé que ya el olvido no podrá jamás con vos.

Tiempo lindo de tranvías,
que fueron de otra ciudad...




Un lobo más

La calle me clavó
la punta de su cruz.
La calle me apretó
el hueco de la luz.

En suelas que gasté.
En tanto andar detrás.

La calle con mi piel
y con la piel de usted,
se puso la llovizna
y me enseñó a morder.

Un lobo más
que tuvo que vivir.
Tibieza y pan
me puse a perseguir.

Por pisar mal
a veces me caí.
Por no pegar
me la dieron a mí.

Un lobo más
que tuvo que aprender
a no llorar
y a saberse vender.

Por no aflojar
de adentro me arrugué
Por no entregar
lo poco que salvé.

La calle me enseñó
sus dientes y su ley
y lo que quise yo
qué caro lo pagué.



Un mundo nuevo

Caminemos, muchacha, por la calle
y no nos entreguemos
aunque esto ya no ande.
Dame el brazo bien fuerte y caminemos,
que otro mundo distinto
hoy tengo para darte.

Tengo un mes sin fin de mes.
Un trabajo sin patrón.
Un lugar para los dos.
Ganas de amarte.

Mucha luz a repartir.
En la red tengo al ladrón
de tu sangre y de mi sangre.
Una vida que da ganas de vivir,
porque ya no aguanto más
que me lleven por delante.

Todo eso tengo yo.
Todo eso y ya verás.
Porque sé donde está el sol.
Y por él voy a pelear.

Caminemos, muchacha, y no me digas
que no vale la pena
por algo así, jugarse.
Olvidando los pozos de la vida
y tanta cosa triste
que conviene olvidarse.




Un sueño nada más

Igual que un fantasma que acercó el pasado.
Tenaz, corcoveando entre la neblina.
Un frágil tranvía, trágico y cansado,
desnuda su angustia en la vieja esquina.

Astilla de un tiempo que se hizo recuerdo,
parece buscarse en lo que se ha ido.
Arrastra sus huesos con tranco muy lerdo
y es áspera brisa su respiración.

Es un Buenos Aires,
que acaso regresa.
Que quiere mirarnos,
campanear la vida.

Tristón y asombrado
de ver tanta herida.
Do tantear sus ruinas,
de hurgar su fatiga.
Las calles que duelen.
La melancolía
de cosas que se fueron.
Ver que no crecieron
las flores soñadas,
los mejores días...

Disuelto en las luces de la aurora nueva,
se pianta el tranvía rumbo hacia el olvido.
Tal vez tantas llagas sórdidas lo llevan
tras el Buenos Aires que ayer fue su abrigo.

Sonámbulas sombras le vieron el gesto
que esconde con pena lágrimas raídas.
¡A ver, Buenos Aires! A jugarse el resto.
Y cambiemos esto, con ganas y amor.




Viejo Tortoni

Se me hace que el palco llovizna recuerdos,
que allá en la Avenida se asoman, tal vez,
bohemios de antaño y que están volviendo
aquellos baluartes del viejo Café.

Tortoni de ahora, te habita aquel tiempo.
Historia que vive en tu muda pared.
Y un eco cercano de voces que fueron
se acoda en las mesas, cordial habitué.

Viejo Tortoni.
Refugio fiel
de la amistad junto al pocillo de café.
En este sótano de hoy, la magia sigue igual
y un duende nos recibe en el umbral.

Viejo Tortoni. En tu color
están Quinquela y el poema de Tuñón.
Y el tango aquel de Filiberto,
como vos, no ha muerto,
vive sin decir adiós.

Se me hace que escucho la voz de Carlitos,
desde esta "Bodega" que vuelve a vivir.
Que están Baldomero y aquel infinito
fervor de la "Peña", llegando hasta aquí.

Tortoni de ahora, tan joven y antiguo,
con algo de templo, de posta y de Bar.
Azul, recalada, si el fuego es el mismo,
¿quién dijo que acaso no sirve soñar?




Y cuando te nombre


Tanto te busqué por tantos sitios.
Tanto tu cariño me hizo falta.
Tanto que en las noches te nombraba.
Sin saber tu nombre, sin palabras.

En la soledad de mis vigilias.
Cuando cada noche naufragaba.
Cuando cada sol amanecía.
Solo y sin palabras te nombré.

De pronto te encontré
y ya tu nombre tuvo forma.
Feliz lo pronuncié
y fue la música mejor.

Y cuando te nombré,
nombré la luz, sentí tu aroma.
Cuando al fin te nombré,
más que palabra fuiste sol.

Estabas más allá
de los sonidos de mis labios.
Estaba más acá
del hueco ansioso de mi voz.

Y cuando te nombré,
muy cerca ya porque te tuve.
Con tu nombre y tu piel,
volé hasta el cielo de los dos.

Hoy que ya te tengo entre mis cosas.
Hoy que sos la miel que me faltaba.
Hoy nombrándote lleno mi boca
de un sabor que nunca imaginaba.

Tanto te busqué por tanta vida.
Tanto tu ternura me hizo falta.
Tanto que al buscarte te nombraba
con el simple nombre del amor.

Wednesday, January 18, 2012

RAFAEL ALBERTI (1902-1999)



A galopar

Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
A corazón suenan, resuenan, resuenan,
las tierras de España, en las herraduras.

Galopa, jinete del pueblo
caballo de espuma
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!

Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo
que la tierra es tuya.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!



A la línea

A ti, contorno de la gracia humana,
recta, curva, bailable geometría,
delirante en la luz, caligrafía
que diluye la niebla más liviana.

A ti, sumisa cuanto más tirana
misteriosa de flor y astronomía
imprescindible al sueño y la poesía
urgente al curso que tu ley dimana.

A ti, bella expresión de lo distinto
complejidad, araña, laberinto
donde se mueve presa la figura.

El infinito azul es tu palacio.
Te canta el punto ardiendo en el espacio.
A ti, andamio y sostén de la pintura.



A Niebla, mi perro

«Niebla», tú no comprendes: lo cantan tus orejas,
el tabaco inocente, tonto, de tu mirada,
los largos resplandores que por el monte dejas,
al saltar, rayo tierno de brizna despeinada.
Mira esos perros turbios, huérfanos, reservados,
que de improviso surgen de las rotas neblinas,
arrastrar en sus tímidos pasos desorientados
todo el terror reciente de su casa en ruinas.
A pesar de esos coches fugaces, sin cortejo,
que transportan la muerte en un cajón desnudo;
de ese niño que observa lo mismo que un festejo
la batalla en el aire, que asesinarle pudo;
a pesar del mejor compañero perdido,
de mi más que tristísima familia que no entiende
lo que yo más quisiera que hubiera comprendido,
y a pesar del amigo que deserta y nos vende;
«Niebla», mi camarada,
aunque tú no lo sabes, nos queda todavía,
en medio de esta heroica pena bombardeada,
la fe, que es alegría, alegría, alegría.



A veces Altair gime largo, tendida...

A veces Altair gime largo, tendida,
hincada por el viento oscuro que la envuelve,
agitada en su sima
dulce de espumas lentas que la llevan
casi a morir sin voz, para salirse
otra vez de su hondo
mar secreto, sin límite, incesante...
Una estrella Altair, latente y poderosa.



Amaranta

Rubios, pulidos senos de Amaranta,
por una lengua de lebrel limados
pórticos de limones desviados
por el canal que asciende a tu garganta.

Rojo, un puente de rizos se adelanta
e incendia tus marfiles ondulados.
Muerde, heridor, tus dientes desangrados,
y corvo, en vilo, al viento te levanta.

La soledad, dormida en la espesura
calza su pie de céfiro y desciende
del olmo alto al mar de la llanura.

Su cuerpo en sombra, oscuro, se le enciende,
y gladiadora, como un ascua impura
entre Amaranta y su amador se tiende.



¡Amor!, gritó el loro...

¡Amor!, gritó el loro
(Nadie le contestó de un chopo al otro).

¡Amor, amor mío!
(Silencio de pino a pino.)

¡Amooor!
(Tampoco el río le oyó.)
¡Me muero!

(Ni el chopo,
ni el pino,
ni el río
fueron a su entierro.)



Anémona encantada...

Anémona encantada
enamorada.
Orquídea despeinada
enamorada.
Flor abierta o cerrada
enamorada.

No me las enseñes más,
que me matarás.



Atentado

Robada por un pez de acero y lona,
tú, sin malló, dormida,
diste con una estrella que, escondida,
rondaba a Barcelona.
¡Susto en la luz! Teléfonos fundidos.
A los timbres, disparos.
El giratorio idioma de los faros,
los vientos, detenidos.
Y una voz, buzo negro, disfrazada
y en taxi, solicita
volarte el corazón con dinamita.
Mas tu ilesa, sin nada.



Campo de batalla

Nace en las ingles un calor callado,
como un rumor de espuma silencioso.
Su dura mimbre el tulipán precioso
dobla sin agua, vivo y agotado.

Crece en la sangre un desasosegado,
urgente pensamiento belicoso.
La exhausta flor perdida en su reposo
rompe su sueño en la raíz mojado.

Salta la tierra y de su entraña pierde
savia, veneno y alameda verde.
Palpita, cruje, azota, empuja, estalla.

La vida hiende vida en plena vida.
Y aunque la muerte gane la partida,
todo es un campo alegre de batalla.



Canción a Altaír

Cuando abre sus piernas Altair
en la mitad del cielo,
fulge en su centro la más bella noche
concentrada de estrellas
que palpitan lloviéndose en mis labios,
mientras aquí en la tierra,
una lejana, ardiente
pupila sola, anuncia la llegada
de una nueva; dichosa,
ciega constelación desconocida.
Altaír:
Oh, soñar con tus siempre apetecidas
altas colinas dulces y apretadas,
y con tus manos juntas resbaladas,
en el monte de Venus escondidas...



Canción de amor

Amor, deja que me vaya,
déjame morir, amor.
Tú eres el mar y la playa.
Amor.
Amor, déjame la vida,
no dejes que muera, amor.
Tú eres mi luz escondida.
Amor.
Amor, déjame quererte.
Abre las fuentes, amor.
Mis labios quieren beberte.
Amor.
Amor, está anocheciendo.
Duermen las flores, amor,
y tú estás amaneciendo.
Amor.



Castigos

Es cuando golfos y bahías de sangre,
coagulados de astros difuntos y vengativos,
inundan los sueños.

Cuando golfos y bahías de sangre
atropellan la navegación de los lechos
y a la diestra del mundo muere olvidado un ángel.

Cuando saben a azufre los vientos
y las bocas nocturnas a hueso, vidrio y alambre.
Oídme.

Yo no sabía que las puertas cambiaban de sitio,
que las almas podían ruborizarse de sus cuerpos,
ni que al final de un túnel la luz traía la muerte.

Oídme aún.

Quieren huir los que duermen.
Pero esas tumbas del mar no son fijas,
esas tumbas que se abren por abandono y cansancio del cielo no son estables,
y las albas tropiezan con rostros desfigurados.

Oíd aún. Más todavía.

Hay noches en que las horas se hacen de piedra en los espacios,
en las venas no andan
y los silencios yerguen siglos y dioses futuros.

Un relámpago baraja las lenguas y trastorna las palabras.
Pensad en las esferas derruidas,
en las órbitas secas de los hombres deshabitados,
en los milenios mudos.

Más, más todavía. Oídme.

Se ve que los cuerpos no están en donde estaban,
que la luna se enfría de ser mirada
y que el llanto de un niño deforma las constelaciones.

Cielos enmohecidos nos oxidan las frentes desiertas,
donde cada minuto sepulta su cadáver sin nombre.

Oídme, oídme por último.

Porque siempre hay un último posterior a la caída de los páramos,
al advenimiento del frío en los sueños que se descuidan,
a los derrumbos de la muerte sobre el esqueleto de la nada.



Cúbreme, amor, el cielo de la boca...

Cúbreme, amor, el cielo de la boca
con esa arrebatada espuma extrema,
que es jazmín del que sabe y del que quema,
brotado en punta de coral de roca.

Alóquemelo, amor, su sal, aloca
Tu lancinante aguda flor suprema,
Doblando su furor en la diadema
del mordiente clavel que la desboca.

¡Oh ceñido fluir, amor, oh bello
borbotar temperado de la nieve
por tan estrecha gruta en carne viva,

para mirar cómo tu fino cuello
se te resbala, amor, y se te llueve
de jazmines y estrellas de saliva!



Diálogo entre Venus y Príapo

Príapo:
...Despierta, sí, cerrada
caverna de coral. Voy por tus breñas,
cabeceante, ciego, perseguido.
Ábrete a mi llamada,
al mismo sueño que en tu gruta sueñas.
Tus rojas furias sueltas me han mordido.
¿Me escuchas en lo oscuro?
sediento, he jadeado las colinas
y descendido al valle donde empieza
el caminar más duro,
pues todo, aunque cabellos, son espinas,
montes allí rizados de maleza.
¿Duermes aún? ¿No sientes
cómo mi flor, brillante y ruborosa
la piel, extensa y alta se desnuda,
y con labios calientes
-coral los tuyos y los míos rosa-
besa la noche de tus labios muda?
¡Despierta!...
Venus:
¿Quién me nombra?
¿quién persigue mis óleos seminales,
quién mi gruta de sombra
y navegar oculto mis canales?
Príapo:
Quien solamente puede y se desvela,
levantado por ti, de noche y día,
se atiranta en candela
y no se dobla hasta que el mar lo enfría
¡Deja que te contemple!

Venus:
Que te mire
déjame a mí también. ?Siempre eres bello!

Príapo:
¡Déjame que en tus selvas te respire!

Venus:
¡Que me despeine en tu robusto cuello!

Príapo:
¿Por qué dormías?

Venus:
Todo era fingido.
Mi dormir no era más que desearte.
Tú alzas mi sueño cuando estás dormido.
Nací tan sólo para levantarte.

Príapo:
¡Oh noche clara!

Venus:
¡Oh clara luna llena!
¡Rayo directo que me inundas!

Príapo:
Eres taza de espuma azul,
concha marina,
alga abierta en la arena,
paraíso de sal de las mujeres
secreto erizo que en la mar trasmina.
Golfo nocturno, ábrete a mí, bañadas
del más cálido aliento tus riberas.
Sabes a mosto submarino, a olas
en vivientes moluscos despeñadas,
a tajamares, soles de escolleras
ya rumor de perdidas caracolas.
Sabes también...

Venus:
Repósate un momento...

Príapo:
El reposar es mi mayor tristeza.

Venus:
También yo quiero repetir al viento
toda mi admiración por tu grandeza.
Príapo:
Hincho las velas. Habla.

Venus:
Eres trinquete,
palo mesana, ,torre indagadora
y, ardido del más rojo gallardete,
cresta de gallo al despuntar la aurora.
Sales de un bosque, lanza o jabalina.
Redondos aramboles, de espejuelos
te alumbran cuando cazas.
Pende en los dos la gloria masculina.
Llenas las nubes, los cargados cielos
rebosan de sus tazas.
Príapo:
¡Oh, ven más cerca! ¡Ven!
Venus:
¡No! No me riegues,
amor, de blancos copos todavía.
Guarda, mi bien, esas nevadas flores
hasta que al fin me llegues
a lo más hondo de mi cueva umbría
con tus largos y ocultos surtidores.
Príapo:
¿Qué quieres más?
Venus:
Anhelo que me cantes
cosas que faltan. Mis alrededores
prometen sima al sur y al norte cumbres.
Príapo:
Hacia ellas van mis rayos penetrantes,
su flor certera, sus certeras lumbres.
Venus:
¿Qué ves, qué me iluminas?
Príapo:
¡Oh precipicio, oh noche bordeada
de oscuridad también! ¡Despeñadero
que hacia las sombras sólo me encaminas!
Te miro y más se hunde mi mirada.
si la dicha es redonda, está en tu cero.
Venus:
Pasa a los altos, sube a los alcores...
¿qué ves ahora, dime?
Príapo:
Un baluarte
de clavel y de nieve a cada lado.
¡Oh fortalezas! ¡Claros miradores
para clavar en ellos mi estandarte
y descender al bosque enamorado!

Venus:
Dime si escondes para mi ventura
cosas que acaso yo no sepa.
Príapo:
Escondo,
también allá en lo hondo
de una caverna oscura,
de blancas y mordientes
almenas vigiladas,
una muy dulce y de humedad mojada
cautiva...
Venus:
Yo prosigo. Son los dientes
los que fijos la rondan y dan vela.
También yo otra cautiva
como la tuya aguardo. ¿No la sientes?
A navegar sobre su propia estela
mírala aquí dispuesta, siempre viva.
Príapo:
¡Oh encendido alhelí, flor rumorosa!
Deja que tu saliva
de miel, que tu graciosa
corola lanceolada de rubíes
mojen mi lengua, ansiosa
de en la tuya mojar mis carmesíes.

Venus:
¡Flor contra flor!
Príapo:
¡Qué blandos oleajes
ya por mis flancos tu alhelí resbala!
Venus:
Gira la noche...
Príapo:
Cantan los cordajes...
Venus:
Cambia el viento... Dan vuelta los paisajes...
Príapo:
Y hace en tus labios mi navío escala,
mientras tu fuente oculta, prisionera
de mi boca, entreabriendo
su dócil ya y sumisa enredadera,
dulce y quejosamente va fluyendo.
Venus:
¡Oh bonanza!
Príapo:
¡Oh tranquilo
descanso ahora! ¡Calmas, aunque plenas,
nuncios ya de los hondos y más duros
combates!
Venus:
¡Desflecadas, hilo a hilo,
tus espumas descienden mis almenas.

Príapo:
Tus arroyos y peces más oscuros
me corren por los labios todavía.

Venus:
Un sabor a jazmín me permanece
ya tallo donde nada antes crecía.

Príapo:
A tallo que por ti de nuevo crece.

Venus:
¡Oh asombro! ¡Prodigiosa,
mágica fuerza!

Príapo:
¡Abismo que me atrae!

Venus:
¡Oh cima misteriosa!

Príapo:
¡Cima que sólo en ese abismo cae!

Venus:
Qué mármol jaspeado!
¡Pálida, arquitectónica belleza!
¡Qué alto fuste estriado
de azules ríos! ¡Capitel armado
para elevar el mundo en su cabeza!

Príapo:
Avanzo ya.
Venus:
La noche abrasa.
Príapo:
Gotas
de esperma verde tiemblan los luceros.
Venus:
Las dehesas remotas
de la luna, sus albos ventisqueros
se llenan de bramidos.
Del cielo penden signos genitales.
La Vía Láctea rueda sus henchidos
torrentes de amorosos sementales
Príapo:
Gruta sagrada, toco tus orillas.
Abre tus labios ya, siénteme dentro.
Venus:
¡Oh maravilla de las maravillas!
¡Luz que me quema el más profundo centro!
Príapo:
Se confunden los bosques, las lianas
se juntan y conmueven.
en el pomar revientan las manzanas
y en el jardín copos de nardos llueven.
Venus:
¡Qué bien cubres mis ámbitos! Sus muros
¡cómo me los ensanchas y los llenas!
¡Qué pleamar, qué viento acompasados!
Príapo:
Jaca y jinete, unísonos, seguros,
galopan de corales y de arenas
y de espumas bañados.
Venus:
Detente, amor. No infundas ese aliento
tan rápido a las brisas. Aminora
un poco el paso. Da a tu movimiento
un ritmo nuevo ahora.
Príapo:
Pondré en mis alas un volar más lento.
Venus:
¡Dulce vaivén! rezuman mis paredes
las más blandas esencias.
Príapo:
Desasidas de sus más hondas redes,
ya mis médulas saltan encendidas.
Venus:
Ten más el freno.
Príapo:
¿El freno? Querencioso,
mi caballo se pierde a la carrera.
Venus:
Sigo también su galopar furioso,
antes que derramado en mí se muera.
Príapo:
¡Amor!
Venus:
¡Amor! La noche se desvae.
Nos baña el mar. ¡Oh luz! El mundo canta.
Cae la luna... El viento...
Príapo:
Todo cae
cuando el gallo del hombre se levanta.



Huele a sangre mezclada con espliego...

Huele a sangre mezclada con espliego,
Venida entre un olor de resplandores.
A sangre huelen las quemadas flores
Y a súbito ciprés de sangre el fuego.

Del aire baja un repentino riego
De astro y sangre resueltos en olores,
Y un tornado de aromas y colores
Al mundo deja por la sangre ciego.

Fría y enferma y sin dormir y aullando,
Desatada la fiebre va saltando,
Como un temblor, por las terrazas solas.

Coagulada la luna en la cornisa,
Mira la adolescente sin camisa
Poblársele las ingles de amapolas.



La maldecida

No quiero, no, que te rías,
ni que te pintes de azul los ojos,
ni que te empolves de arroz la cara,
ni que te pongas la blusa verde,
ni que te pongas la falda grana.

Que quiero verte muy seria,
que quiero verte siempre muy pálida,
que quiero verte siempre llorando,
que quiero verte siempre enlutada.



La niña rosa, sentada...

La niña rosa, sentada.
Sobre su falda,
como una flor,
abierto, un atlas.
¡Cómo la miraba yo
viajar, desde mi balcón!
Su dedo, blanco velero,
desde las islas Canarias
iba a morir al mar Negro.
¡Cómo la miraba yo
morir, desde mi balcón!.
La niña, rosa sentada.
Sobre su falda,
como una flor,
cerrado, un atlas.
Por el mar de la tarde
van las nubes llorando
rojas islas de sangre.



La paloma

Se equivocó la paloma
se equivocaba.
Por ir al norte, fue al sur
creyó que el trigo era agua,
se equivocaba.

Creyó que el mar era el cielo
que la noche, la mañana,
se equivocaba,
se equivocaba.

Que las estrellas, rocío
que la calor, la nevada,
se equivocaba,
se equivocaba.

Que tu falda era tu blusa
que tu corazón, su casa,
se equivocaba,
se equivocaba.

Ella se durmió en la orilla,
tú en la cumbre de una rama.

Creyó que el mar era el cielo
que la noche, la mañana
se equivocaba,
se equivocaba.

Que las estrellas, rocío
que la calor, la nevada,
se equivocaba,
se equivocaba.

Que tu falda era tu blusa
que tu corazón, su casa,
se equivocaba,
se equivocaba...



La soledad II

Vendrá.
Vendrá.
Lo ha escrito.
Ya pasó una semana.
Viene desde muy lejos…
De allá del norte… En tren…
Casi dos mil kilómetros…
Muy lejos… Malos trenes…
Y el calor… Y el polvo
que entra por todas partes…
La casa está ya lista: una paloma blanca
de cal pura… Lucientes,
más brillantes que el oro,
la sartén, el perol, la cacerola… Y luego,
la cama grande, grande… cubierta de una colcha
de colores, con pájaros…
Pero muchos kilómetros sin nadie… Eso me han
dicho…
Y el calor… Y el polvo…
Tendrá sed… Aquí, el agua
no falta casi nunca… Va a gustarle esto mucho…
Poco trabajo para ella… Yo
lo haré todo. Soy fuerte todavía…
¿Ella? Bueno. Veremos.
Es mi mujer… no quiero que se canse.
"Trae aquí esos tomates... Mira, aquéllos de allá,
tan colorados…" Nunca los ha visto.
Dirá que no… "¿Lechugas como éstas,
tan blancas? ¿Y los rábanos? ¡tampoco!
Vamos, mujer… Te esperan las gallinas…
¿Qué más quieres? El postre
ahí lo tienes colgado del ciruelo.
Extiende el delantal y sacude una rama…"
ya es muy tarde. Le tomo la cintura…
Se sonríe… ¡Qué hermosa!
Apagamos la luz…
Así. ¡Cuántos kilómetros!
Hoy es miércoles ya… Vendrá esta noche.



La soledad III

¿Vendrá?
Puede que venga.
Lo dice en esta carta que aquí llevo.
Se está yendo el verano… Y llueve. Las patatas…
¡cuántas ya se han podrido!
Los tomates se hincharon de tal modo
que rodaron por tierra, derramándose.
La fruta se acabó. Nunca los pájaros
comieron más duraznos y ciruelas.
Las acelgas… ¡Qué viejas y amarillas
están ya! ¡Qué buen tonto
sería si plantara de nuevo más lechugas!
Las gallinas cloquean por los muertos sembrados.
La lluvia ha enverdecido el banco de la casa.
La cocina está negra de hollín… Miro las sillas…
Una está sin usar… la otra ya tiene
partido un palo… El suelo
cruje sucio de tierra.
En un rincón, la escoba se aburre. Hace ya un mes
que no lavo las sábanas… Tan sólo,
enganchada de un clavo del muro de la alcoba,
sigue la nueva colcha de los pájaros.
Llega el otoño ya.
Mi mujer no ha venido. Yo no la conocía…
No la conocí nunca.
Era joven. Lo sé.
Unos veintidós años…
Aquí tengo su carta…
Yo he cumplido sesenta…
El polvo… El calor… Tal vez tantos kilómetros…
¡Vaya usted a saber!



Luna mía de ayer, hoy de mi olvido...

Luna mía de ayer, hoy de mi olvido,
Ven esta noche a mí, baja a la tierra,
Y en vez de ser hoy luna de la guerra,
Sélo tan sólo de mi amor dormido.

Dale en tu luz el reno perseguido
Que por los yelos de tus ojos yerra,
Y dile, si tu lumbre lo destierra,
Que será lana su destierro y nido.

Tiempos de horror en que la sangre habita
Obligatoriamente separada
De la linde natal de su terreno.

¡Ay luna de mi olvido, tu visita
no me despierte el labio de la espada,
sí el de mi amor, guardado por tu reno!



Malva-luna de yelo

Las floridas espaldas ya en la nieve,
y los cabellos de marfil al viento.
Agua muerta en la sien, el pensamiento
color halo de luna cuando llueve.

¡Oh, qué clamor bajo del seno breve,
qué palma al aire el solitario aliento!
¡Qué témpano, cogido al firmamento,
el pie descalzo que a morir se atreve!

Brazos de mar, en cruz, sobre la helada
bandeja de la noche; senos fríos,
de donde surge, yerta, la alborada;

¡oh piernas como dos celestes ríos,
Malva-luna-de-yelo, amortajada
bajo los mares de los ojos míos!



Metamorfosis del clavel

Al alba, se asombró el gallo.

El eco le devolvía
voz de muchacho.

Se halló signos varoniles,
el gallo.

Se asombró el gallo.

Ojos de amor y pelea,
saltó a un naranjo.
Del naranjo, a un limonar;
de los limones a un patio;
del patio, saltó a una alcoba,
el gallo.

La mujer que allí dormía
le abrazó.

Se asombró el gallo.



Mujer en camisa

Te amo así, sentada,
con los senos cortados y clavados en el filo,
como una transparencia,
del espaldar de la butaca rosa,
con media cara en ángulo,
el cabello entubado de colores,
la camisa caída
bajo el atornillado botón saliente del ombligo,
y las piernas,
las piernas confundidas con las patas
que sostienen tu cuerpo
en apariencia dislocado,
adherido al journal que espera la lectura.
Divinamente ancha, precisa, aunque dispersa,
la belleza real
que uno quisiera componer cada noche.



Nocturno

Deja ese sueño.
Envuélvete
desnuda y blanca, en tu sábana.
Te esperan en el jardín
tras las tapias.

Tus padres mueren, dormidos.
Deja ese sueño.

Anda.
Tras las tapias,
te esperan con un cuchillo.

Vuelve de prisa a tu casa.
Deja ese sueño.
Anda.
En la alcoba de tus padres
entra desnuda, en silencio.

Corre de prisa a las tapias.
Deja ese sueño.
Sáltalas.
Vente.

¿Qué rubí hierve en tus manos
y quema, negro, tu sábana?
Deja ese sueño.
Anda.
... Duérmete.



Paraíso perdido

A través de los siglos,
por la nada del mundo,
yo, sin sueño, buscándote.
Tras de mí, imperceptible,
sin rozarme los hombros,
mi ángel muerto, vigía.
"¿Adónde el Paraíso,
sombra, tú que has estado?"
Pregunta con silencio.
Ciudades sin respuesta,
ríos sin habla, cumbres
sin ecos, mares mudos.
Nadie lo sabe. Hombres
fijos, de pie, a la orilla
parada de las tumbas,
me ignoran. Aves tristes,
cantos petrificados,
en éxtasis el rumbo,
ciegas. No saben nada.
Sin sol, vientos antiguos,
inertes, en las leguas
por andar, levantándose
calcinados, cayéndose
de espaldas, poco dicen.
Diluidos, sin forma
la verdad que en sí ocultan,
huyen de mí los cielos.
Ya en el fin de la tierra,
sobre el último filo,
resbalando los ojos,
muerta en mí la esperanza,
ese pórtico verde
busco en las negras simas.
¡Oh boquete de sombras!
¡Hervidero del mundo!
¡Qué confusión de siglos!
¡Atrás, atrás! ¡Qué espanto
de tinieblas sin voces!
¡Qué perdida mi alma!
"Ángel muerto, despierta.
¿Dónde estás? Ilumina
con tu rayo el retorno."
Silencio. Más silencio.
Inmóviles los pulsos
del sinfín de la noche.
¡Paraíso Perdido!
Perdido por buscarte,
yo, sin luz para siempre.



Por allí, hondo, una humedad ardiente...

Por allí, hondo, una humedad ardiente;
blando, un calor oscuro el que allí hervía;
sofocado anhelar el que se hundía,
doblándose y muriendo largamente.

Labios en labios que no ataca diente;
Lengua en garganta que se corta, umbría;
Áspero alrededor, fiera porfía
Por morder lo imposible de la fuente.

Fiera porfía, ya que ni a la hembra
Más hembra ni al varón más varón dieron
Otra cumbre que ser sembrado y siembra.

Pues lo demás, ¡oh cuerpos desvelados!,
Son fulgores que al alba se perdieron
En un súbito arder, desesperados.



Por amiga, por amiga...

Por amiga, por amiga.
Por amiga, por amiga.
Sólo por amiga.

Por amante, por querida.
Sólo por querida.

Por esposa, no.
Sólo por amiga.



Retornos del amor ante las antiguas deidades

Soñarte, amor, soñarte como entonces,
ante aquellas dianas desceñidas,
aquellas diosas de robustos pechos
y el viento impune entre las libres piernas.

Tú eras lo mismo, amor. Todas las Gracias.
igual que tres veranos encendidos,
el levantado hervor de las bacantes,
la carrera bullente de las ninfas,
esa maciza flor de la belleza
redonda y clara, poderosamente
en ti se abría, en ti también se alzaba.

Soñarte como entonces, sí, soñarte
ante aquellas fundidas alamedas,
jardín de Amor en donde la ancha Venus,
muslos dorados, vientre pensativo,
se baña en el concierto de la tarde.

Soñarte, amor, soñarte, oh, sí, soñarte
la idéntica de entonces, la surgida,
del mar y aquellos bosques, reviviendo
en ti el amor henchido, sano y fuerte
de las antiguas diosas terrenales.



Retornos del amor en la noche triste

Ven, amor mío, ven, en esta noche
sola y triste de Italia. Son tus hombros
fuertes y bellos los que necesito.
Son tus preciosos brazos, la largura
maciza de tus muslos y ese arranque
de pierna, esa compacta
línea que te rodea y te suspende,
dichoso mar, abierta playa mía.
¿Cómo decirte, amor, en esta noche
solitaria de Génova, escuchando
el corazón azul del oleaje,
que eres tú la que vienes por la espuma?
Bésame, amor, en esta noche triste.
Te diré las palabras que mis labios,
de tanto amor, mi amor, no se atrevieron.
Amor mío, amor mío, es tu cabeza
de oro tendido junto a mí, su ardiente
bosque largo de otoño quien me escucha.
Óyeme, que te llamo. Vida mía,
sí, vida mía, vida mía sola.
¿De quién más, de quién más si solamente
puedo ser yo quien cante a tus oídos:
vida, vida, mi vida, vida mía?
¿Qué soy sin ti, mi amor? Dime qué fuera
sin ese fuerte y dulce muro blando
que me da luz cuando me da la sombra,
sueño, cuando se escapa de mis ojos.
Yo no puedo dormir. ¡Cuántas auroras,
oscuras, braceando en las tinieblas,
sin encontrarte, amor! ¡Cuántos amargos
golpes de sal, sin ti, contra mi boca!
¿Dónde estás? ¿Dónde estás? Dime, amor mío.
¿Me escuchas? ¿No me sientes
llegar como una lágrima llamándote,
por encima del mar, en esta noche?



Retornos del amor en las arenas

Esta mañana, amor, tenemos veinte años.
Van voluntariamente lentas, entrelazándose
nuestras sombras descalzas camino de los huertos
que enfrentan los azules de mar con sus verdores.
Tú todavía eres casi la aparecida,
la llegada una tarde sin luz entre dos luces,
cuando el joven sin rumbo de la ciudad prolonga,
pensativo, a sabiendas el regreso a su casa.
Tú todavía eres aquella que a mi lado
vas buscando el declive secreto de las dunas,
la ladera recóndita de la arena, el oculto
cañaveral que pone
cortinas a los ojos marineros del viento.
Allí estás, allí estoy contra ti, comprobando
la alta temperatura de las odas felices,
el corazón del mar ciegamente ascendido,
muriéndose en pedazos de dulce sal y espumas.
Todo nos mira alegre, después , por las orillas.
Los castillos caídos sus almenas levantan,
las algas nos ofrecen coronas y las velas,
tendido el vuelo, quieren cantar sobre las torres.
Esta mañana, amor, tenemos veinte años.



Retornos del amor en los vividos paisajes

Creemos, amor mío, que aquellos paisajes
se quedaron dormidos o muertos con nosotros
en la edad, en el día en que los habitamos;
que los árboles pierden la memoria
y las noches se van, dando al olvido
lo que las hizo hermosas y tal vez inmortales.
Pero basta el más leve palpitar de una hoja,
una estrella borrada que respira de pronto
para vernos los mismos alegres que llenamos
los lugares que juntos nos tuvieron.
Y así despiertas hoy, mi amor, a mi costado,
entre los groselleros y las fresas ocultas
al amparo del firme corazón de los bosques.
Allí está la caricia mojada de rocío,
las briznas delicadas que refrescan tu lecho,
los silfos encantados de ornar tu cabellera
y las altas ardillas misteriosas que llueven
sobre tu sueño el verde menudo de las ramas.
Sé feliz, hoja, siempre: nunca tengas otoño,
hoja que me has traído
con tu temblor pequeño
el aroma de tanta ciega edad luminosa.
Y tú, mínima estrella perdida que me abres
las íntimas ventanas de mis noches más jóvenes,
nunca cierres tu lumbre
sobre tantas alcobas que al alba nos durmieron
y aquella biblioteca con la luna
y los libros aquellos dulcemente caídos
y los montes afuera desvelados cantándonos.



Retornos del amor recién aparecido

Cuando tu apareciste,
penaba yo en la entraña más profunda
de una cueva sin aire y sin salida.
Braceaba en lo oscuro, agonizando,
oyendo un estertor que aleteaba
como el latir de un ave imperceptible.
Sobre mí derramaste tus cabellos
y ascendí al sol y vi que eran la aurora
cubriendo un alto mas en primavera.
Fue como si llegara al más hermoso
puerto del mediodía. Se anegaban
en ti los más lucidos paisajes:
claros, agudos montes coronados
de nueve rosa, fuentes escondidas
en el rizado umbroso de los bosques.
Yo aprendí a descansar sobre sus hombros
y a descender por ríos y laderas,
a entrelazarme en las tendidas ramas
y a hacer del sueño mi más dulce muerte.
Arcos me abriste y mis floridos años
recién subidos a la luz, yacieron
bajo el amor de tu apretada sombra,
sacando el corazón al viento libre
y ajustándolo al verde son del tuyo.
Ya iba a dormir, ya a despertar sabiendo
que no penaba en una cueva oscura,
braceando sin aire y sin salida.
Porque habías al fin aparecido.



Retornos del amor tal como era

Eras en aquel tiempo rubia y grande,
sólida espuma ardiente y levantada
Parecías un cuerpo desprendido
de los centros del sol, abandonado
por un golpe de mar en las arenas.
Todo era fuego en aquel tiempo. Ardía
la playa en tu contorno. A rutilantes
vidrios de voz quedaban reducidos
las algas, los moluscos y las piedras
que el oleaje contra ti mandaba.
Todo era fuego, exhalación, latido
de onda caliente en ti. Si era una mano
la atrevida o los labios, ciegas ascuas,
voladoras, silbaban por el aire.
Tiempo abrasado, sueño consumido.
Yo me volqué en tu espuma en aquel tiempo.



Retornos del ángel de sombra

A veces, amor mío, soy tu ángel de sombra.
Me levanto de no sé qué guaridas,
fulmíneo, entre los dientes
una espada de filos amargos, una triste
espada que tú bien, mi pobre amor, conoces.
Son los días oscuros de la furia, las horas
del despiadado despertar, queriéndote
en medio de las lágrimas subidas
del más injusto y dulce desconsuelo.
Yo sé, mi amor, de dónde esas tinieblas
vienen a mí, ciñéndote, apretándome
hasta hacerlas caer sobre tus hombros
y doblarlos, deshechos como un río.
¿Qué quieres tú, si a veces, amor mío, así soy,
cuando en las imborrables piedras pasadas, ciego,
me destrozo y batallo por romperlas,
por verte libre y sola en la luz mía?
Vencido siempre, aniquilado siempre,
vuelvo a la calma, amor, a la serena
felicidad, hasta ese oscuro instante
en que de nuevo bajo a mis guaridas
para erguirme otra vez tu ángel de sombra.



Sabes tanto de mí, que yo mismo quisiera...

Sabes tanto de mí, que yo mismo quisiera
repetir con tus labios mi propia poesía,
elegir un pasaje de mi vida primera:
un cometa en la playa, peinado por Sofía.

No tengo que esperar ni que decirte espera
a ver en la memoria de la melancolía,
los pinares de Ibiza, la escondida trinchera,
el lento amanecer sin que llegara el día.

Y luego amor, y luego, ver que la vida avanza
plena de abiertos años y plena de colores,
sin final, no cerrada al sol por ningún muro.

Tú sabes bien que en mí no muere la esperanza,
que los años en mí no son hojas, son flores,
que nunca soy pasado, sino siempre futuro.



Sixtina

Tú mi vida, esta noche me has borrado
del corazón y hasta del pensamiento,
y tal vez, sin saberlo, me has negado
dándome por perdido ya en el viento.
Más luego, vida, vi cómo llorabas,
entre mis brazos y que me besabas.



Soneto

Oh tú mi amor, la de subidos senos
en punta de rubíes levantados
los más firmes, pulidos, deseados,
llenos de luz y de penumbra llenos.

Hermosos, dulces, mágicos, serenos
o en la batalla erguidos, agitados,
o ya en juegos de puro amor besados,
gráciles corzas de dormir morenos.

Oh tú mi amor, el esmerado estilo
de tu gran hermosura que en sigilo
casi muriendo alabo a toda hora.

Oh tú mi amor, yo canto la armonía
de tus perfectos senos la alegría
al ver que se me abren cada aurora.



Subes del mar, entras del mar ahora...

Subes del mar, entras del mar ahora.
Mis labios sueñan ya con tus sabores.
Me beberé tus algas, los licores
de tu más escondida, ardiente flora.

Conmigo no podrá la lenta aurora,
pues me hallará prendido a tus alcores,
resbalando por dulces corredores
a ese abismo sin fin que me devora.

Ya estás del mar aquí, flor sacudida,
estrella revolcada, descendida
espuma seminal de mis desvelos.

Vuélcate, estírate, tiéndete, levanta,
éntrate toda entera en mi garganta,
y para siempre vuélame a tus cielos.



Te digo adiós, amor, y no estoy triste...

Te digo adiós, amor, y no estoy triste.
Gracias, mi amor, por lo que ya me has dado,
un solo beso lento y prolongado
que se truncó en dolor cuando partiste.

No supiste entender, no comprendiste
que era un amor final, desesperado,
ni intentaste arrancarme de tu lado
cuando con duro corazón me heriste.

Lloré tanto aquel día que no quiero
pensar que el mismo sufrimiento espero
cada vez que en tu vida reaparece

ese amor que al negarlo te ilumina.
Tu luz es él cuando mi luz decrece,
tu solo amor cuando mi amor declina.



Tirteo

¿Qué tienes, dime, Musa de mis cuarenta años?
-Nostalgias de la tierra, de la mar y del colegio...



Un papel desvelado en su blancura...

Un papel desvelado en su blancura.
La hoja blanca de un álamo intachable.
El revés de un jazmín insobornable.
Una azucena virgen de escritura.

El albo viso de una córnea pura.
La piel del agua impúber e impecable.
El dorso de una estrella invulnerable
Sobre lo opuesto a una paloma oscura.

Lo blanco a lo más blanco desafía.
Se asesinan de cal los carmesíes
Y el pelo rubio de la luz es cano.

Nada se atreve a desdecir el día.
Mas todo se me mancha de alhelíes
Por la movida nieve de una mano.



Ven

Ven, mi amor, en la tarde de Aniene
y siéntate conmigo a ver el viento.
Aunque no estés, mi solo pensamiento
es ver contigo el viento que va y viene.

Tú no te vas, porque mi amor te tiene.
Yo no me iré, pues junto a ti me siento
más vida de mi sangre, más tu aliento,
más luz del corazón que me sostiene.

Tú no te irás, mi amor, aunque lo quieras.
Tú no te irás, mi amor, y si te fueras,
aún yéndote, mi amor, jamás te irías.

Es tuya mi canción, en ella estoy.
Y en ese viento que va y viene voy,
y en ese viento siempre me verías.



Ven. Ven. Así. Te beso...

Ven. Ven. Así. Te beso. Te arranco. Te arrebato. Te compruebo en lo oscuro, ardiente oscuridad, abierta, negra,
oculta derramada golondrina, oh tan azul, de negra, palpitante. Oh así, así, ansiados, blandos labios undosos,
piel de rosa o corales delicados, tan finos. Así, así, absorbidos, más y más, succionados. Así, por todo el tiempo.
Muy de allá, de lo hondo, dulces ungüentos desprendidos, amados, bebidos con frenesí, amor hasta desesperados.
Mi único, mi solo, solitario alimento, mi húmedo, lloviznado en mi boca, resbalado en mi ser. Amor. Mi amor.
Ay, ay. Me dueles. Me lastimas. Ráspame, límame, jadéame tú a mí, comienza y recomienza, con dientes y garganta,
muriendo, agonizando, nuevamente volviendo, falleciendo otra vez, así por siempre, para siempre, en lo oscuro,
quemante oscuridad, uncida noche, amor, sin morir y muriendo, amor, amor, amor, eternamente.



Vuela la noche antigua de erecciones...

Vuela la noche antigua de erecciones,
Muertas, como las manos, a la aurora.
Un clavel prolongado desmejora,
Hasta empalidecerlos, los limones.

Contra lo oscuro cimbran esquilones,
Y émbolos de una azul desnatadora
Mueven entre la sangre batidora
Un vertido rodar de cangilones.

Cuando el cielo se arranca su armadura
Y en un errante nido de basura
Le grita un ojo al sol recién abierto.

Futuro en las entrañas sueña el trigo,
Llamando al hombre para ser testigo...
Mas ya el hombre a su lado duerme muerto.