Saturday, July 30, 2011

MARIO JORGE DE LELLIS (1922-1966)






BOCA JUNIORS

Uno sabe el color bandera sueca,
desarrancado gol grito del hincha,
vocación de este Boca boca llena,
tictac de historia de tablones
chuenga a chuenga.
Uno siente la sangre de azul-oro
metiéndose en las venas
por un punto de más, por una nada.
Y ocurre que ni almuerzo ni merienda
tienen algo que ver,
ocurre que la novia zaguanera
o el padre encabezando los domingos
miran pasar la tarde bizcochada
y esperan como espera,
pasivamente el lunes.
Uno se va volado, está de loco al paso,
refuerza el corazón, grita sin grieta,
aplaude el gol sellado en la gambeta,
siente su afán,
lo sigue hasta en la sexta.
Y siempre, cuando ese sol domingo color pájaro
le pega en la cabeza,
cuando tiene en capilla la memoria
o en blanco la leyenda,
suelta nombres con nombres a medida
que los nombres lo sueltan:
tesoriere capando los penales,
bidoglio con refrán en cada pierna,
lazzatti semafórico a las puntas,
cherro firmando la pelota para una ida y vuelta,
arico llevándola al desprecio,
varela en boina suelta,
sarlanga como dulce golosina,
angelillo maestro, filósofo poeta.
Así, de Boca en boca,
lo inconsolable tiene
consuelo de domingo por la siesta:
léxico libre, loco levantado, potrerío de fiesta.

Hacer la flor de bocajuniors,
hacerlo con belleza,
hablar del pueblo pobre
que sin pedir permiso
se vuelca hacia la izquierda
es una primavera de cosas hipotéticas:
¿qué pensarán los clásicos,
qué pensará la golondrina bécquer,
qué espronceda?

No sé.
Pero ese pueblo vivo que empuja y desempuja,
que parla y parlamenta
es el único eco de estas voces
y el único que cuenta.

Viéndolo andar de Boca al hombro,
de corazón con quince estrellas,
de pasión sin corbata,
le digo este poema.



VALENTÍN GÓMEZ 3887 - 2° E

Cuántas veces yendo y viniendo en torno a lo que amamos,
más libres que este raro olor a lino,
más próximos, más justos o acaso
más injustos
por pretender bajar la luna a nuestras manos
más comunes a todo
sin festejos de sábados
sin elegantes formas, sin pañuelos
diciendo adioses falsos
acá estamos, acá
yendo y viniendo, entre un café y un trago,
muy simples, muy amigos,
dolidos y sonrientes, afectuosos, conversando
de largas cosas vivas.
La puerta siempre abierta para Almagro.



PUENTE BUSTAMENTE

Pasabas tú, bajando, tú
y un nolopienses dicho hasta tu alma
y lluvias en esquinas y mateos
y finales tan dulces como las rosas dadas.

Pasaba el puente mismo,
el morirse en las vías, el despedirse en humo
y voz entrecortada
y pasaba palermo, pringles, barrios pobres,
felices por el pie de tu zapato y el calor de tu cara.

Te decía que no
y te miraba.



CANTO A LOS HOMBRES DEL PAN DURO

Nacen, se reproducen, después mueren.
De cobre son y el cobre los golpea.
Llevan de cobre el corazón y la camisa.
Llevan de cobre las mujeres recias.
Llevan de cobre el ojo y los abuelos.
De cobre son y suenan.

Nacen, se reproducen, después, mueren.
Y es de cobre el vapor del caldo escaso,
de cobre el duro tálamo, la higuera,
el defendible hinojo,
la charla sobre el pan, el hasta cuándo,
las mesas de hule roto, la impaciencia
por ver caras alegres, frutillas, casas propias,
amigos bajo el sol, bajo la siesta.

Nacen, se reproducen, después, mueren.
Fueron cadetes de la industria,
albañiles de andamios,
fabricantes de cosas inútiles modernas,
paladines del aire y del martillo,
fregadores de pisos, humo de chimeneas.

Nacen, se reproducen, después mueren.
¿Quién obtuvo sus sangres?
¿Quién destinó sus vértebras?
¿Quién los puso de gallos en la aurora
caminando y gritando, pateando y acatando,
hirviéndoles la sangre compañera?

Yo los he visto hastiados hasta decir no quiero,
los he visto matando en frigoríficos,
matando en primaveras
en que todo nacía sin motivo aparente
como nacen las flores;
lo he visto con bolsas,
moverse, trabajando, cuando era
la hora de comer,
la hora egregia del amor y del descanso;
los he visto trepados a las torres,
trepados a las viejas torres,
dándoles cal, charlando con los ángeles,
mirando un punto de la tierra,
un solo punto vivo
al cual pertenecían
y por el cual hilaban sus días, sus esencias.

Los he visto volviendo a sus hogares
con la honradez al hombro, mirándose las piernas,
detallándose niños y costumbres,
algunas cosas que suceden,
pisándose las huellas,
hollándose los marzos, los octubres,
los panes sin almuerzo, las amargas cosechas
del frío, las amargas recolecciones para otros
y las amargas siembras
del cobre que resuena en el alma
como un gran acordeón tocando a fiesta.

Yo sé que nacen, sí.
Yo sé: se reproducen. Yo sé: se mueren.
Sé que suenan a cobre, sé que suenan
a rasgadoras fiebres, a pan hermoso y triste.
Tienen hijos de cobre, muy sonoros;
tienen mujeres recias,
cigarrillos baratos en los dedos,
hondas causas vitales manchando sus ojeras.

Están aquí y allá.
Suenan, resuenan.

Son de una gama gris.
Andan y trepan.

Naturalmente cobres, naturalmente solos,
tienen el sol cerrado sobre la mano abierta.
Y un día caen trizados por el tiempo,
con unos ojos amplios hacia el norte
y un pan duro indicando sus presencias.

Son esos hombres duros como el cobre.
Suenan, resuenan.



LAS 6

Esta es la hora del mate
y de las tortas de entrecasa.

Y esta es tu miel que al despertarte
ponen abejas perfumadas.

Vamos a ver qué nos ocurre
con esta tarde color sandra.

Qué llantitos de nube y qué manera
de correr por la casa.

Cuántas veces te irás por pañoletas
a suburbios de osos y jirafas.

O buscarás un gramo de papel
debajo de la cama.

O al fin te acostarás con diez muñecos
en tu sueño de hadas.

Yo sólo sé que en esta hora me arrinconas
para jugarte el alma.

Y que me vas llevando del pantalón
al dedo de tu cara,

para mostrarme el corazón de los papeles
o el pedacito de migaja.

Esta es la hora linda en que te miro
con los ojos del pájaro a la pájara.



LEGUISAMO

Uno lo vió otra vez y lo vió otra.
Lo silbaban boletos noplacé,
lo festejaban gordos ganadores.
Se enamoró de él disco tras disco,
agazapada gorra, método loco
de entrar con el pulmón a rienda suelta,
físico fácil familiar,
agallas agauchadas agarrando
la vida codo a codo.

Era capaz de hacer ganar nonatos,
parejeros bicochos, sementales.
Capaz de jinetear una merluza,
un hígado, un vaivén, un pararrayos.
Capaz de desafiar a un coronel,
a un tifus, a una tiara.

Uno pensó: paseos, pasadores,
bandera verde, hocico,
volátil esperanza palospobres,
pulso metido y prometido.

Uno supo que en todo buenosaires,
en mesas de café, en liados ayeres,
en desaprovechadas pausas semanales,
se enajenaba el tiempo con su nombre.

Sabe sus modos de acudir al grito:
mono, maestro, tuerto, pulpo, eximio.
Lo sabe hipotecándose la suerte,
metalizando sábados-domingos.

Por eso quiere a leguisamo:
muñeca, pelo en pecho, corazón, látigo, hamaca, vista, refusilo.



CANTO A LOS HOMBRES DEL PAPEL SELLADO

Uno los ve fundamentales, tristes,
palideciendo al puro contacto con las rosas
con larga urbanidad prolijamente seca,
ojo de gancho duro, talonarios,
y aroma de calas siguiéndoles las muertes,
y un impecable estar adentro de la ley
como al fondo de un sótano marino.

Uno los ve con cosbatas y gominas,
electores correctos,
fanatizados cuerpos bajos el saco,
inmóviles, de negro, cerrando abriendo puertas,
decreciendo en constante pulso inútil.

Uno los ve al margen de las cosas vivas,
hazmerreíres serios,
impermeabilizados.

Uno quisiera alzarlos hasta las lentas noches
donde duele la acacia y las lunas varían
de acuerdo al pensamiento;
uno quisiera alzarlos hasta el salado sitio de los mares
donde navega en busca de occidentes
el leve calamar o la gaviota;
uno quisiera despertarlos, acaudillarlos,
llevarlos al jilguero, a la harina,
al quiróptero hundido entre las sombras
de las malditas casas,
a la dulce majada renovada en el muy blanco sur,
al taller con muchachas que se asoman al día
sonriendo sus cansancios,
al gangoso impedido en una esquina,
al tañido violín, a la metáfora,
al viento y al cereal y al perejil
y a las más altas cumbres y a la niebla.

Uno quisiera incluso concederles un poco de horizonte,
un dorso de sus días, un quiosco entre las nubes,
un extraño país con calabazas,
con altos cuellos de ocas investigando lluvias.

Puesto que no verán este fanal del mundo, de los hombres,
de las tallas auténticas,
de la lana abrigándonos las carnes del invierno,
del mar impenetrable penetrando
en un ritmo de ojos y palomas.
No sentirán ciprés, abeja , río,
no sentirán amor tendido como un tierno animal
buscándose en los dedos,
ni una impalpable vida funcionando en los latidos mínimos.

Uno quisiera incluso que supieran,
que se fueran con vientos por el mapa
como nos fuimos todos los raros mensajeros
del aire y de las cosas.

Pero siguen allí, fundalmente, tristes,
cumpliendo sus deberes,
oxidando sus caras poco a poco,
con acalambramiento amargo entre los dedos,
sin saber por qué son, sin comprender tampoco
que inevitablemente terminarán nutridos de materia.
Duros. Solos.



CANTO A LOS HOMBRES DEL VINO TINTO

Yo sé que vendrán, caminarán,
vendrán, caminarán, darán la vuelta,
dirán mi barco ballenero pesca en las Orcadas,
mi vejez es un canto de rayuela,
mi velador no caza mariposas,
vendrán, caminarán, dirán cualquiera
tiene un gorro frigio,
cualquiera tiene un tango,
tiene un agua tanino;
vendrán, caminarán, dirán la palabrota que les queda,
vendrán, caminarán, dirán del apio,
vendrán, caminarán, dirán que salga pato o gallareta,
dirán, caminarán, dirán qué bárbaro,
dirán imbécil,
dirán yo soy un hombre,
dirán piso la tierra.

Yo sé que ellos vendrán, caminarán.
Dirán, caminarán y cantarán con la violeta
y cantarán el ajo de los guisos
y el ábside, el gorrión, las azoteas.
Vendrán, caminarán, dirán que antepasados
murieron en cadalsos o en hogueras,
murieron sobre camas de hospitales,
sobre catres sin luz o sobre las veredas.

Vendrán, caminarán,
con la antigua zozobra
del alquiler,
con la herramienta húmeda, oxidada;
vendrán, caminarán, vendrán la siesta,
falseadores del sol,
halconeros audaces del de pronto,
viejos amigos míos, cantantes de violetas,
venteando lluvias coloradas,
cayendo, decayendo, diciendo que vendrán, caminarán,
diciendo apenas
que aquí vendrán, caminarán...
Y un chapoteo dulce pica en la piel
y uno sabe que están como los muertos:
acostados y duros y sin pena.

Como los muertos duros.
Los muertos ya no tienen vanagloria. Ni problemas.
Ni decapitación. Ni ley.
Ni llave familiar para el altillo. Ni retratos de abuelas.
Los muertos tienen solamente
un raptado moverse entre las cosas y una cruz oficial
y un pasado rumor de voces vivas en la oreja.
Y están bajo el zapato del que vive,
químicamente amargos, naturalmente pobres y de tierra.
Vendrán, caminarán. Observadores simples,
jugadores de truco, sacrílegos del agua,
bicarbonatos, hígados, confidencias,
lo que yo siempre tuve es poca suerte,
viejos amigos míos, cantantes de violetas.

Vendrán, caminarán.
Tendrán la mano abierta,
un tajo de dolor hundiendo sus infancias,
una hermosura en vino y un vino en la moneda.

Vendrán, caminarán.
La vida es tan correcta,
tan construida así como esas casas de diez pisos,
tan dócilmente puesta
hacia la muerte
que al encontrarlos
uno se siente afuera.

Vendrán, caminarán. Caña, pescado, pipa.
Pelos en la nariz, buenas noches me voy la tengo enferma
yo le voy a contar la historia de mi pueblo,
qué has quedado pensando marivelcha.

Yo sé que ellos vendrán, caminarán,
vendrán, caminarán, darán la vuelta.
Tienen cosas acaso que decir,
tienen qué preguntar: cuántas botellas,
cuántos lagares dulces,
cuánta ocupada mesa,
cuánto codo raído
o pantalón gastado en las veredas
o anoche me soñé vinado en un cadáver
o anoche me soñé a mi María muerta.

Vendrán, caminarán.
Visitarán mi tierra.

Vendrán, caminarán.
Fueron la tierra.

Vendrán, caminarán.
Se los tragó la tierra.

Vendrán, caminarán.
Campanas tocan en las copas. Buenas noches amigos,
buenas noches por catres, bodegones, viento al irse a dormir,
cantantes de violetas.



RADIOGRAFÍA DE ALMAGRO

Fue en una de las tantas tardes
en que pisando tiempo, corazón o acera,
me incliné a tu adoquín y a tus paredes,
a tus camisas amplias de obreros o a tus polleras
tornasoladas de amor;
a tus tacos muy altos de niñas fabriqueras,
a tu heredad de gaita y mandolina,
a tu abecé de bares que te pueblan
y recogí tu gusto, tu palpitar de barrio
y me senté contigo en un umbral, como se sienta
un pobre diablo que ha encontrado
la única moneda.

Quiero cantar, decirte, llenarte hasta mi vaso,
cabecilla lunar de esta ciudad sin tregua,
punto final de chacras y de quintas,
quintaesencia
de oeste en Buenos Aires,
quintaesencia
del ancho muro amargo de la vida, donde uno se para
y se golpea el corazón, el aire y las maneras
y se sabe hasta aquí,
tan mezclado de cielo y tan de tierra.

Aquí canté y lloré y anduve tu adoquín
con el alma doblada a tus umbrales y a tus puertas.
Y tuve lasitudes de amor
y ganas de fumar y ganas de tristeza.

Tú me quisiste siempre
como a un gorrión que juega.
Y eso de andar, almagro, cobijándome,
es gaje de tu oficio de centinela.

Para poder decirte enteramente
habría que beber, por ti, jugo de estrellas.

Habría que charlar de cosas inocentes
como hacen tus niños al borde de la siesta.

O habría, acaso, que inventar un himno
más simple que la marcha de una escuela.



CANTO A LOS HOMBRES DEL DÓLAR

Tened cuidado. ¡Vive la América española!
Hay mil cachorros sueltos del león español.
Rubén Darío

Por suerte están muy lejos.
Por suerte se terminan poco a poco,
declinan sus abyectos cauces,
se anuncian como son -monedas-,
escupen chicles, tienen guatemalas.

Porque donde fueron posible intervención,
donde vieron la fruta sazonada
al alcance del brazo que encajona,
no dudaron de hacerlo.

Porque donde se hallaron
con guano, con petróleo,
con estaño sudado,
con cajeras bonitas y fábricas textiles,
con sucios pescadores de lampreas,
con terrenos de caucho
o magros buscadores de oro en las riberas,
o pequeños patrones de chatas en los puertos,
o aun con simples piedras del paleolítico;
donde hallaron lo útil,
la clásica ganancia para su impavidez,
lo embarcaron en anchas bodegas trasatlánticas,
lo custodiaron mucho
y le dieron destino de usinas o de acciones.

Por suerte están muy lejos.
Por suerte ya no tienen talismanes que los salven
y hacen que otros abran sus ventanas,
sus viejas banderolas,
vean de lleno el sol que fecundó las mieses,
vean de lleno obreros, cargadores,
muchachos sin comer,
jerárquicos pastores con la biblia al hombro,
católicos creyéndolos
y raspajes de muerte
en mujeres queridas de turismo,
y entonces es posible que esos otros
los vean como son
y piensen libertades
y crean en el unto de amor de las familias
y busquen desprenderse.
(Se desprenden).

Porque ellos caen de pronto
-felices capataces de las tierras volcánicas,
de las islas varadas en medio del océano,
de las quintas cargadas de rocío
donde crece el tomate como un coágulo,
de la locomoción,
de la primera plana y el teléfono-
caen sin que nadie diga qué importancia
tendrá darles, de más, metros de tierra.

Pero al caer transforman, miden, quitan.
Y con la venia dulce de la luna
se instalan mercaderes de los sueños.
Porque acabadamente,
con letreros y avisos y empresarios
se hicieron democracia en el ocaso
y en el duro maíz
y en la sal de los trópicos.

Porque rastreramente,
con la corbata chic del diplomático
intervinieron muelles, jeroglíficos,
lugares donde matan a cuadrúpedos,
tallarines cantados, ejércitos de negros.

Porque impecablemente
vinieron a llevarse bandoneones
y se fueron.

Porque tardíamente
dieron el oro a cambio del obrero
y con sus duros ganglios de bandidos
después de comprobarnos el declive
se nos fueron.

Porque pusieron pie y robaron tierra.
Porque nosotros somos
ese ejército limpio de cachorros
con un diente en la lengua y un puño en cada lance
y un amargo sudor donde acabadamente
han de caer los hombres de los dólares,
los cajeros del caucho y del petróleo,
los que nos dieron luz sin alumbrarnos,
los ricos mercaderes que creyeron
que América no es de carne y hueso.



ERNESTO

Ernesto,
hermano nuestro,
vino nuestro.

Hay que nombrarte en risas, nuez, hinojo,
adoquines cruzados para dormir la siesta
y recostados codos en estaños.

Hay que nombrarte arriba, en un andamio
-de allí te nos caíste-
alegre de gorrión, cantándote vivas madrugadas,
saturando tu pecho de amistades.

Y ahora, dime,
¿de qué alpargata estás en ese mundo,
en esa copa azul, en la mensajería
de estrellas y de vientos?

Hay otro olor a casa en el boliche.
Ya no están los barriles, las mesas malparadas,
ya no está nadie, nada, todo cambió, se fue,
murieron los genioles, todo ha muerto.

Tu paso está en la calle, cruzando el adoquín,
adoquinando el barrio,
mirándote hacia adentro la cara del trabajo.

O en el andamio, cayéndote en estrella.
O en el vinoso amor a los muchachos.
O en nuestro corazón derecho,
recordándote.



EL SILLÓN

Mañana gris y nadie quiere recogerte.

Junto al cordón de la vereda,
tu bordadura de años, tus escombros.

¿Quién descansó allí?
¿Qué fatiga encorvada de horno y pala?
¿Qué romántico amor caridolente
en tus primeras lunas de folletín y arpa?
¿Mi madre, con su rostro de hortensia entre las nubes?
(En las horas de siesta le gustaba
quedarse en una sala con retratos)
¿Mi abuelo? ¿O el primer gringo amigo de mi abuelo,
aquel que ahorraba moneditas para comprar postales?
Y en las veladas de peinetón y polca,
¿qué tornadizo azul torneado
coqueteó en tu estrechez de nido de abanicos?

¿Y qué cosas tuviste cerca tuyo?
¿Qué reloj de cucú, qué mirlo en jaula,
qué pecíolo rojo, qué digno piano?
¿Qué reliquia clavada en la pared
te miró tanto tiempo con los ojos sonámbulos?
¿Qué torreones de sueños se veían
desde tu sitio? ¿Qué pesares borrados?

Mi madre no desconoció tu historia.
Cuando yo te llevé, se sonreía.
Una sonrisa llena de pasado.

Mañana gris y nadie quiere recogerte.

Todo tu tiempo ha terminado.



ROBERTO ARLT

Para él no fue el ágape, la peña, el capellán,
el afrancesamiento afeminado,
ni el suplemento azul de los domingos,
ni los señores dulces biselados.

Tuvo una cara de color de loco.
tuvo una flauta de color estaño.

Trepaba a los tranvías,
andaba sin amor, sin pasamano,
filípica en el gesto,
virulencia en la mano.

Loqueó su cara de color de loco.
Tocó su flauta de color estaño.
Pescaba encanallados mercaderes,
blenorrágicos puros, metodistas,
lesbianas, sueños desarticulados,
incorregibles viejas con olor a cama,
incestuosos contentos, parricidas,
burdeles con sabor a llanto.

Blasfemó y escribió.
Con todo el corazón, todo el cansancio.
Capítulo a capítulo nos describió la piel,
nos mostró gorrioneras de hambre flaca, largos
galpones duros donde el dolor dolía,
Buenos Aires cayéndose sonámbulo.

Encajonó verdad, refrigeró la muerte.
Fumó el pucho porteño, tomó su trago.

Con su cara de loco se fue un día.
Con su flauta tocó todo el estaño.

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