TEÓFILO CID
Tríptico De La Noche (I)
¡Oh noche! ¡Oh noche! Detén
a los paseantes
con el rumor de aurora de tus astros extasiados.
El amor es la razón de tus
árboles dormidos,
del silencio que corre por tus venas aurorales
porque en ti las bocas son nidos
y las palabras aves que pronuncian tu mensaje.
¡Oh noche! Detén a los
paseantes
que surgieron como una onda física,
como un axioma en flor.
Deténlos en la aurora de sus besos,
perfílalos de umbral contra el silencio,
que sea eterno el ángulo que dibujan sus deseos.
¡Oh noche! Tú que tienes el valor del día
y que escondes en tu índole un sol nuevo.
Tú puedes contra el tiempo
revivir en verdes pinos,
azular el espacio detenido en una huella,
hacer que el lecho vibre con un ópalo…
¡Oh noche! Tú que puedes detener a los amantes,
detén a estos viajeros que han llegado sin aliento.
Son ellos los viajeros que ayer partieron desde un beso
y que ahora se pasean por un nimbo sin designios.
Ahora sus pupilas centellean, cruzan sus espadas
para quedar impresas en panoplia eternizada.
Ellos tienen un secreto que compartir contigo,
un secreto que un pensil de instinto ha levantado.
¡Oh noche! Detén a los amantes
con el rumor de aurora de tus astros extasiados.
Tríptico De La Noche (II)
Cuantos vienen a mirarte te
miran desde un solio de egoísmo
bajo el cual una cisterna brota que embrida a los astros.
No pueden suponer que el día
nace de tus sombras,
el día que concede su luz a cualquier hombre
y que también nos sirve para odiarnos.
En ti yo encuentro los
semblantes más amados,
el de una ciudad que invierte sus tejados en el agua
y el de un puente de salud sobre dolencias pálidas.
(Recuerdo como aludes de agua fresca,
viejos recuerdos donde las diarias preocupaciones crean fútiles regatas.)
Por eso a ti recurro, ¡oh
noche!, para impetrar tu sombra,
tu mano enguantada de negro, tu dominó de olvido,
porque ellos, los paseantes que ahora llegan de la mano,
puedan quedar prendidos como jíbaros de espuma
al primitivo silencio de tus astros extasiados.
¡Oh emblema nupcial! ¡Oh dulce acorde transpirado!
La noche tiene ahora escudo de armas como reina,
dos miradas, dos alientos, dos palabras que el silencio crispa
en un augurio de cemento eternizado.
Tríptico De La Noche (III)
¡Oh dulce noche, que mueve
los estambres
con su sombra silenciosa
que es luz para la sangre!
Tú posees la fatiga que
requiere mi descanso,
la faz nupcial que esconde el eco
por donde un hilo de éter va fluyendo.
Lo que eres en la simple geometría
de los cuerpos enlazados por ustorio espejo de heno,
lo que eres en la granja de tus árboles de lira
donde pastan armoniosos animales,
temblorosas palmas ávidas de estío.
Y aluminio el caserío que refleja el río antiguo,
un problema que hace nido,
un nidal que es puro lapsus,
el lapsus que es el tiempo sin medida.
¡Oh noche que das paz a las
estrellas
con el vaho de los cuerpos!;
al sereno de las fábricas,
a los viejos conductores de tranvía.
Yo te voy iluminando piso a piso.
Das un lujo sideral
como al verde rascacielos
que madura con los besos de sus miles de habitantes.
Es preciso mirar sobre tus hombros
para ver el naipe que manejas.
Has detenido a los
paseantes,
empleando gatos negros, perros vagos, taxis lóbregos,
que pasan a favor de la corriente
como el sueño a través del hipnotismo.
¡Oh noche! Tan hermosa
como ver a Doña Venus en la punta de la vida.
Tú que eres en el rapto de las diosas
la que acepta ser raptada,
en el rapto del espejo
la ilusión que sobrevive;
en el rapto de los besos
el lenguaje que se cambia.
Hay soles en tu nombre,
marchitos soles que devienen
populosos como siembras,
cuando una lenta espera me domina
con su atroz desesperanza.
Hay estadios en tu nombre
donde juegan inexpertos jugadores,
endurecidos como estatuas en un parque
al juego viejo que llamábamos la barra.
¡Oh noche! Tu guante ha caído al día.
Allí lo veo como sobre el banco de un parque desolado.
Me acerco. Lo oprimo contra mis labios
y entonces veo que es un bello atardecer.
Lo retiro de mi boca
y entonces veo que es la aurora que se acerca.